El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

12.3 Honras fúnebres en la Iglesia

La muerte de una persona allegada produce dolor y tristeza en los deudos. En esa situación, hace bien a los deudos la atención que los demás les puedan dispensar. En las honras fúnebres que tienen lugar en la Iglesia, esto es, un Servicio Divino con una impronta especial, se les transmite consuelo y fortaleza; mas la palabra proclamada también está dirigida al alma inmortal del fallecido, que es encomendada a la gracia de Dios.

La comunidad reunida para las honras fúnebres rodea a los deudos para expresarles el pésame y transmitirles el sentir de que no están solos. Además, se acompaña al fallecido hasta su última morada.

Al igual que cada Servicio Divino, las honras fúnebres se caracterizan por el obrar del Espíritu Santo. La palabra impulsada por el Espíritu brinda consuelo divino a los deudos y la comunidad. Este consuelo reside, ante todo, en la esperanza en el retorno de Cristo, en la resurrección de los muertos en Cristo vinculada con él y en la unificación con ellos (1 Ts. 4:13-18). Los deudos también hallarán consolación en la certeza del reencuentro con sus amados en el mundo del más allá.

Durante las honras fúnebres, normalmente es distinguida la vida del fallecido de manera adecuada.

Con palabras solemnes es entregado a su destino el cuerpo ya sin alma (Gn. 3:19). El alma y el espíritu son encomendados a la gracia y misericordia del Redentor Jesucristo con la confortación y bendición de que la quiera proteger para la resurrección para vida eterna.

Los cultos funerarios y el significado que se les asigna a las honras fúnebres, varían de país en país. Si se realiza o no inhumación y de qué manera es inhumado un cuerpo, carece de importancia para la resurrección del fallecido.

EXTRACTO

Las honras fúnebres en la Iglesia sirven para consuelo y fortaleza de los deudos. Este consuelo reside, ante todo, en la esperanza en el retorno de Cristo y en la resurrección de los muertos en Cristo. (12.3)

El cuerpo ya sin alma es entregado a su destino, el alma y el espíritu son encomendados a la gracia de Dios. (12.3)

Si se realiza o no inhumación y de qué manera es inhumado un cuerpo, carece de importancia para la resurrección del fallecido. (12.3)