El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

5.2.2 El amor al prójimo: el amor a nuestros semejantes

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Lv. 19:18). La ley mosaica consideraba como “prójimo", en primer término a los miembros del pueblo de Israel; en principio este mandamiento sólo tenía validez en este marco. Sin embargo, más adelante fue ampliado en cuanto a que debía proteger también a los extranjeros que vivían en la tierra de los israelitas (Lv. 19:33-34).

El Hijo de Dios fusionó el mandamiento de Levítico 19:18 y el de Deuteronomio 6:5 en un doble mandamiento del amor (Mt. 22:37-39).

El ejemplo del buen samaritano (Lc. 10:25-37) demuestra que Jesús derogó la delimitación del mandamiento del amor al prójimo que regía para Israel. Mostró que nuestro prójimo es el necesitado. Queda abierto si se trataba de un israelita o un gentil: “Un hombre descendía de Jerusalén ...". El prójimo es, por otro lado, el que ayuda; en la parábola, a un miembro de un pueblo despreciado por los israelitas, un samaritano. Se pone en evidencia que en el instante mismo en el que una persona ayuda a otra, los dos se transforman en prójimos el uno del otro. Por lo tanto, el prójimo pueden ser todas las personas con las que nos relacionamos.

Basándonos en este pensamiento se puede deducir que también debe ampliarse el ámbito de aplicación de los Diez Mandamientos (decálogo) y que por lo tanto, son válidos para todos los seres humanos.

La mayoría de los Diez Mandamientos se refieren al prójimo (Ex. 20:12-17): esto sería subrayado por el hecho de que el Hijo de Dios frente al joven rico, además de otros mandamientos del decálogo, mencionó el mandamiento del amor al prójimo (Mt. 19:18-19).

El Apóstol Pablo considera que las disposiciones que se refieren a nuestros semejantes, están unificadas en el mandamiento del amor al prójimo (Ro. 13:8-10). Este reconocimiento se basa en la palabra del Señor de que en el doble mandamiento del amor reside “toda la ley y los profetas" (Mt. 22:37-40). Este enunciado también está en el Sermón del Monte, y precisamente en relación con la “regla de oro": “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas" (Mt. 7:12).

Toda persona puede ser nuestro prójimo. Cuán consecuente es Jesús cuando se refiere a esto, también surge del Sermón del Monte, donde exhorta a amar incluso al enemigo.

El amor al prójimo induce a practicar la misericordia con todos cuando están necesitados de ella, incluso con los enemigos. En la práctica, el amor al prójimo se encuentra, por ejemplo, en la acción desinteresada en bien de otros, principalmente de aquellos que de alguna manera son discriminados.

Los seguidores de Cristo no sólo son convocados a practicar el amor al prójimo en asuntos materiales, sino asimismo a llamar la atención de los hombres hacia el Evangelio de Cristo. Esto es amor “de hecho y en verdad" (1 Jn. 3:18). En relación con esto también está la intercesión por los difuntos.

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt. 22:39): estas palabras de Jesús confieren al hombre el derecho de pensar en sí mismo; por otro lado, el Señor coloca límites claros al egoísmo y exhorta a tratar con amor a todos nuestros semejantes.

El amor al prójimo practicado en todas sus formas, merece un gran reconocimiento. Cuanto más se aplica, más necesidad se aliviará y tanto más armónica será la convivencia. La doctrina de Jesús muestra que el amor al prójimo llega a toda su plenitud a través del amor a Dios.