El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

6.3 La Iglesia de Jesucristo: un misterio

Todo lo que la Iglesia es y será, se apoya en la palabra, la obra y el ser de Jesús. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, es decir, presenta dos naturalezas (ver 3.4.3). Este misterio queda insondable. Así también, el ser de la Iglesia de Cristo es un misterio insondable; también ella es un misterio, también ella tiene doble naturaleza y únicamente es concebible en la fe.

A través de Jesucristo, el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre puede ser partícipe de la salvación. Esta buena nueva debe ser predicada y difundida por Apóstoles (1 Ti. 2:5-7). En la palabra de la prédica, el obrar del Espíritu Santo revela de diferentes maneras la palabra de Cristo, y por el oír esta palabra surge la fe (Ro. 10:16-17). Así, anunciando el Evangelio la Iglesia toma parte en la mediación de Cristo.

En su ser, la Iglesia de Cristo se remite a la doble naturaleza de Jesucristo. Su naturaleza divina está escondida o invisible, mientras que su naturaleza humana es visible o manifiesta. En su naturaleza humana, Jesús envejecía igual que todos los demás hombres, tenía dolores y temores, sentía hambre y sed. Por lo tanto, tomaba parte del destino del hombre en general; sin embargo, no estaba sujeto a la pecaminosidad.

La Iglesia de Cristo también tiene un lado escondido o invisible y otro visible o manifiesto. Ambos lados de la Iglesia de Cristo no pueden ser separados en lo más mínimo, como tampoco lo pueden ser ambas naturalezas de Jesucristo. Van indisolublemente juntos, a pesar de que se diferencian entre sí.

El lado escondido de la Iglesia, al igual que la naturaleza divina de Jesucristo, es indescriptible, pero su existencia se puede percibir en los efectos de salvación de los Sacramentos y de la palabra de Dios. En el lado escondido de la Iglesia, integrado por los que han sido bautizados en la debida forma [9], que creen verdaderamente y que se profesan al Señor, existen los cuatro rasgos característicos de Iglesia (unidad, santidad, universalidad y apostolicidad) de modo perfecto. A este lado de la Iglesia hace referencia el tercer artículo de la Confesión de fe.

El lado manifiesto de la Iglesia de Cristo, al igual que el hombre Jesús, toma parte en la historia universal de la humanidad. Pero contrariamente a Él, los hombres que actúan en la Iglesia están sujetos al pecado. Por esa razón, en la Iglesia también se pueden ver errores, equivocaciones y desaciertos, propios del género humano. No obstante, las deficiencias de la Iglesia visible no pueden dañar o destruir a la Iglesia invisible y perfecta, aquella Iglesia en la cual se cuentan los verdaderamente creyentes y escogidos (ver 4.5).

El hecho de que la Iglesia visible y la invisible estén entrelazadas una con la otra y al mismo tiempo separadas, únicamente puede ser concebido por la fe. La forma visible de la Iglesia, es decir, la Iglesia de Cristo en su realización histórica, no es la meta de la fe, sino que ella es la instancia en la cual actualmente se puede experimentar salvación y vivir la cercanía de Dios.

[9] En la debida forma, es decir, válido, es el Bautismo cuando ha sido dispensado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y con agua.