El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

12.1.6.2 Anuncio de la palabra en el Nuevo Testamento

Si ya en la época del Antiguo Testamento había personas creyentes que anunciaban la voluntad de Dios por el poder del Espíritu Santo, con el nacimiento del Hijo de Dios se hizo realidad una dimensión nueva de la palabra de Dios. En Jesucristo, la palabra de Dios llegó perfecta al hombre.

Jesús enseñaba en el templo de Jerusalén, en sinagogas y otros lugares. Mucho de lo que predicaba nos es transmitido por los Evangelios, los cuales contienen los fundamentos de la doctrina cristiana. Para anunciar su palabra, Jesús utilizaba parábolas y explicaba el Antiguo Testamento. Además, dio muchas indicaciones para el futuro. Anticipó su padecimiento, su resurrección y su ascensión, y prometió su retorno. La manera excepcional de anunciar su palabra se evidencia en el Sermón del Monte con las bienaventuranzas y muchos enunciados que hasta ese momento jamás se habían oído. Cuáles fueron sus efectos, quedó demostrado en la reacción de los oyentes: “La gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas" (Mt. 7:28-29).

Si el Hijo de Dios ya durante el tiempo de su actividad en la tierra había encargado a los Apóstoles que predicasen (Mt. 10:7), después de la resurrección les dio el encargo de ir por todo el mundo a predicar el Evangelio a todos (Mr. 16:15).

La primera prédica cristiana fue la del Apóstol Pedro en Pentecostés (Hch. 2:14 ss.). Encontramos otras prédicas, por ejemplo, en Hechos 3:12-26; 17:22-31. También algunas epístolas de los Apóstoles leídas en las comunidades, se pueden comparar con prédicas. Sus contenidos eran adecuados a las respectivas comunidades y a la situación reinante. Invitan al arrepentimiento, a aceptar la gracia de Dios y a recibir los Sacramentos, también tienen un carácter de orientación y exhortación. Anuncian la voluntad redentora de Dios, que quiere regalar al hombre la vida eterna en su gloria.