El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

2.2.2 La Confesión de fe de Nicea-Constantinopla

En el año 325, el emperador Constantino convocó al concilio de Nicea. Aproximadamente entre 250 y 300 Obispos accedieron a la invitación del emperador. Constantino vio en la fe cristiana, entonces ampliamente difundida, un poder potencial para apoyar al Estado. Debido a que la unidad de la cristiandad estaba severamente amenazada por una controversia sobre la naturaleza de Cristo (“controversia ariana"), él estaba muy interesado en que los Obispos formulasen una doctrina más unánime.

El resultado más importante del concilio fue la Confesión de fe de Nicea. En concilios posteriores que tuvieron lugar hasta el siglo VIII – entre ellos el significativo concilio de Constantinopla (381 d. C) – se le fue dando mayor precisión y se ha llamado la “Confesión de fe (Credo) de Nicea-Constantinopla". En particular, más allá del Apostolicum, estableció la Confesión a la Trinidad Divina y destacó los rasgos característicos de la Iglesia.

La Confesión de fe de Nicea-Constantinopla dice así:

“Creo en un solo Dios, Padre omnipotente, hacedor del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios unigénito y nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no hecho, consustancial con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas, quien por nosotros los hombres y la salvación nuestra, descendió de los cielos. Y se encarnó de María Virgen por obra del Espíritu Santo y se hizo hombre, y fue crucificado por nosotros bajo Poncio Pilato, padeció y fue sepultado. Y resucitó al tercer día, según las Escrituras. Y subió al cielo, está sentado a la diestra del Padre, y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos; y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y vivificante, que procede del Padre y del Hijo [2], que con el Padre y el Hijo ha de ser adorado y glorificado, que habló por los santos profetas. Y en una sola santa Iglesia universal [católica] y apostólica. Confieso un solo bautismo para la remisión de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del siglo futuro. Amén."

La Confesión de fe atanasiana responde en sus enunciados a la Confesión de fe de Nicea-Constantinopla, aunque es mucho más detallada. Tuvo su origen probablemente en el siglo VI y se hizo pública en el sínodo de Autun (alrededor del año 670 d. C).

[2] La afirmación de que el Espíritu Santo también “procede del Hijo" (“filioque"), no pertenece al texto original de la Confesión. La formulación fue agregada en el siglo VIII dentro de la Iglesia Occidental. Esto trajo controversias con la Iglesia Oriental, que hasta el día de hoy no acepta este agregado. Dicha controversia fue uno de los motivos de la separación de la Iglesia Oriental y la Occidental en el año 1054 d.C. De la Iglesia Occidental surgieron la Iglesia Católica Romana, las Iglesias Católicas Antiguas y las Iglesias de la Reforma, de la Iglesia Oriental las Iglesias Ortodoxas Nacionales.