El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

2.4.5 El quinto artículo de la fe

Yo creo que los escogidos por Dios para un ministerio son instituidos únicamente por Apóstoles, y que el poder, la bendición y la santificación para su servir provienen del ministerio de Apóstol.

Igual que el cuarto artículo de la fe, el quinto también habla de la importancia del ministerio de Apóstol. Mientras que en el cuarto artículo se destacaba la relación entre el ministerio de Apóstol y la verdadera doctrina, el perdón de los pecados y la dispensación de los Sacramentos, se trata aquí del ministerio espiritual. Dios es aquel que escoge a alguien para un ministerio. El ministerio no es, por lo tanto, obra humana ni tampoco de la comunidad, sino una dádiva de Dios a su Iglesia. El hombre, como expresa este artículo de la fe, lleva su ministerio por voluntad divina y no por decisión humana. Esto es llevado a cabo y puesto por obra a través del ministerio de Apóstol. El ministerio y el apostolado están directamente relacionados. Allí donde obra el ministerio de Apóstol, existe, pues, un ministerio espiritual (ver 7). Además, en la Iglesia de Cristo existen múltiples servicios para anunciar el Evangelio y en beneficio de los creyentes, que también pueden efectuarse sin una ordenación.

Los portadores de ministerio reciben a través del ministerio de Apóstol “el poder, la bendición y la santificación para su servir". El ministerio no es una finalidad en sí ni tampoco está dirigido a sí mismo, sino que tiene su lugar en la Iglesia y, en la mayoría de los casos, en una comunidad concreta. El “servir" se entiende como obrar dedicándose a Jesucristo y a la comunidad.

La ordenación para el ministerio espiritual consta de tres aspectos: “poder, bendición y santificación". Sobre todo para los ministerios sacerdotales, el momento del “poder" es de importancia decisiva, puesto que están autorizados para anunciar el perdón de los pecados por encargo del Apóstol y para consagrar la Santa Cena. Los ministerios sacerdotales participan, pues, en la debida administración de los Sacramentos que tienen a su cargo los Apóstoles. También el debido anuncio de la voluntad de salvación universal de Dios se lleva a cabo con el “poder" dispensado por el apostolado. Mediante la “bendición" se prometen el acompañamiento divino y la ayuda del Espíritu Santo para desempeñar el ministerio sacerdotal o diaconal. La “santificación" indica que el mismo Dios en su santidad e intangibilidad quiere obrar a través del ministerio. La “santificación" también es necesaria porque la Iglesia misma es una Iglesia “santa".

Aunque el portador de ministerio sea escogido por Dios, puede ser que no esté a la altura de su ministerio o hasta fracase en el mismo. Sin embargo, esto no permite poner en duda el llamado original de Dios.

Puesto que “el poder, la bendición y la santificación para su servir provienen del ministerio de Apóstol", cada portador de ministerio se encuentra en una relación indisoluble con el ministerio de Apóstol.