El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

3.4.3 Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios

El reconocimiento de que Jesucristo es verdadero hombre y verdadero Dios, es decir, la doctrina de las dos naturalezas, fue establecido en el concilio de Calcedonia (451 d.C.). Esta doctrina de la doble naturaleza de Jesús trasciende el horizonte de la experiencia y la imaginación humana; se trata de un misterio.

La encarnación del Hijo de Dios está descripta en Filipenses 2:6-8 como una humillación de sí mismo: “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz".

Jesús compartió con los hombres todo el espectro de las sensaciones físicas y psíquicas. Como ser humano tenía un cuerpo y sus respectivas necesidades. Lucas 2:52 informa que Jesús crecía en sabiduría, estatura y gracia para con Dios y los hombres. Se alegró con los felices en la boda de Caná. Sufrió con los tristes y lloró cuando Lázaro había muerto. Tuvo hambre cuando estaba en el desierto; tuvo sed cuando llegó a la fuente de Jacob. Padeció el dolor bajo los azotes de los soldados. Cuando estuvo frente a la muerte en la cruz, confesó: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte" (Mt. 26:38).

Jesucristo es realmente verdadero hombre; lo afirma Hebreos 4:15. Aquí al mismo tiempo se destaca la diferencia con todos los demás hombres: Él no tiene pecado.

En la misma medida, Jesucristo es verdadero Dios.

La Sagrada Escritura da fe de que Jesucristo es el Hijo de Dios y también de que es Dios. En el Bautismo de Jesús se oyó una voz de los cielos: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia" (Mt. 3:17). También en la transfiguración, el Padre enfatizó que Jesús es el Hijo de Dios, indicando que a Él hay que oír (Mt. 17:5).

Las palabras de Jesús: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere" (Jn. 6:44) y “Nadie viene al Padre, sino por mí" (Jn. 14:6) expresan que Dios, el Padre, y Dios, el Hijo, tienen la misma autoridad divina. El Padre trae al hombre hacia el Hijo, y el Hijo lleva al hombre hacia el Padre.

Sólo como verdadero Dios Jesucristo pudo afirmar: “Yo y el Padre uno somos" (Jn. 10:30), expresando en un lenguaje simple que es de la misma naturaleza que el Padre.

Otros pasajes bíblicos que dan prueba de que Jesucristo es verdadero Dios son los siguientes:

  • la forma de proceder de los Apóstoles después de la ascensión: “Ellos, después de haberle adorado [a Jesucristo], volvieron" (Lc. 24:52);

  • lo expresado en Juan 1:18: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer";

  • lo manifestado por el Apóstol Tomás después de haber visto al Resucitado: “¡Señor mío, y Dios mío!" (Jn. 20:28);

  • la confesión de la naturaleza de Cristo en el himno a Cristo: “En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" (Col. 2:9);

  • el testimonio de 1 Juan 5:20: “Y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna";

  • la afirmación: “Dios fue manifestado en carne" (1 Ti. 3:16).