El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

3.5.3.1 El Espíritu de Dios

“Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas" (Gn. 1:2). Esta referencia muestra que el trino Dios, es decir, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, ejercen su accionar en la creación (comparar con Gn. 2:7).

Cuando el Antiguo Testamento habla del “Espíritu de Dios", se refiere al Espíritu Santo. Aún no se lo realza como una persona divina, sino que se lo describe como un poder que da vida.

Han sido transmitidos ejemplos de la actividad del Espíritu de Dios en el tiempo de Moisés (Ex. 31:3; Nm. 11:25-29) y de los jueces en Israel (Jue. 3:10; 6:34; 11:29; 13:25), quienes, movilizados por el Espíritu de Dios, guiaron al pueblo del Señor con valor y fortaleza en la lucha contra sus enemigos.

Los reyes del pueblo de Israel también estuvieron llenos del Espíritu de Dios. Ejemplos de ello son Saúl (1 S. 10:6) y David (1 S. 16:13). Más tarde, Jesucristo se refirió a la actividad del Espíritu Santo a través del rey David con las palabras: “Porque el mismo David dijo por el Espíritu Santo (Sal. 110:1): Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos por estrado de tus pies" (Mr. 12:36). Aquí, como en otros pasajes del Nuevo Testamento (entre otros, Hch. 1:16; 4:25), queda claro que David, inspirado por el Espíritu Santo, ya se refería a Jesucristo.

En tiempos del Antiguo Testamento, el Espíritu Santo estaba en los hombres sólo temporariamente, y no, como en el nuevo pacto, como un don sacramental permanente (1 S. 16:14; Sal. 51:11).