El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

5.3.7.3 Divorcio

En el Nuevo Testamento, el divorcio es considerado un pecado: “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre" (Mr. 10:9); la única excepción en la cual está permitido el divorcio, es el adulterio del cónyuge (Mt. 19:9).

El Evangelio de Marcos considera que cuando un divorciado se vuelve a casar, está cometiendo adulterio (Mr. 10:11-12). De acuerdo con otros enunciados del Nuevo Testamento, divorciarse y volver a casarse mientras viva el cónyuge del que uno se ha divorciado, constituye una violación del sexto mandamiento. Volverse a casar después de un divorcio, aparentemente no era aceptado en las primeras comunidades del cristianismo, salvo algunas excepciones (1 Co. 7:10-11 y 39; Ro. 7:2-3).

Los enunciados del Nuevo Testamento sobre el divorcio deben ser considerados en el contexto histórico y social de la antigüedad: servían ante todo para mejorar la situación de la mujer, quien sólo tenía derechos muy limitados. La mujer debía ser protegida de poder ser dejada en la nada arbitrariamente por su esposo.

No obstante, las citas bíblicas que acaban de ser mencionadas colocan a la Iglesia ante la pregunta de cómo abordar a las personas divorciadas. Aquí hay que tomar en consideración la situación personal en general. Puede ser difícil tomar decisiones que respondan al espíritu del Evangelio. Siempre hay que tener presente que Jesús no trató al hombre de acuerdo con el espíritu de la ley del antiguo pacto, sino con el espíritu del amor y la gracia (Jn. 8:2-11).

Como todo otro pecado, el adulterio y el divorcio necesitan del perdón. Cuando un matrimonio termina en el divorcio, generalmente ambos cónyuges contribuyeron para ello, pudiendo variar el grado de culpa de cada uno. Así, hay casos en los cuales uno de los cónyuges usa la violencia o no quiere seguir con el matrimonio. Por eso es bueno que cada uno de los cónyuges examine su corazón para ver qué idiosincracias personales y modos de conducta han contribuido para llegar a esa situación.

Las personas divorciadas y separadas no son excluidas de la recepción de los Sacramentos. Mantienen su lugar en la comunidad y son atendidas sin reserva alguna por parte de sus asistentes espirituales.

A aquellos divorciados que quieren volver a casarse y piden la bendición, esta se les dispensa. De esa manera se les brinda la oportunidad para empezar de nuevo.