El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

8.3.2 La promesa del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento

En el tiempo del antiguo pacto, el Espíritu Santo estuvo activo en algunas personas elegidas por Dios para cumplir determinadas tareas. Los profetas se referían a la autoridad y los preceptos divinos con las palabras: “Así ha dicho el Señor". El Espíritu de Dios despertaba en ellos los pensamientos en los que se basaban las prédicas sobre juicio y salvación.

Por encargo de Dios, los profetas también ungían a los reyes que debían gobernar al pueblo escogido; así por ejemplo, David fue ungido como rey por Samuel (1 S. 16:12-13). Con este acto, la dignidad real de David también fue “sellada". Además, dice que el Espíritu de Dios vino sobre David. Según Salmos 51:11, el rey oró después de cometer pecado, que Dios no quitase de él el Santo Espíritu.

Asimismo, se encuentran indicaciones en el Antiguo Testamento sobre un futuro en el que sería derramado el Espíritu de Dios, y ya no sobre algunos, sino sobre muchos: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días" (Jl. 2:28-29). Se pueden encontrar promesas semejantes en otros profetas; por ejemplo en Ezequiel 36:27: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu". En la prédica de Pentecostés, el Apóstol Pedro señaló que la promesa del profeta Joel ahora se había cumplido (Hch. 2:15 ss.).