El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

3.5.2 El Espíritu Santo como poder: el don del Espíritu Santo

La palabra griega “pneuma", que generalmente se traduce como “espíritu", tiene al igual que la hebrea “ruach" y la latina “spiritus", entre otras, el significado de “viento, aliento, espíritu de vida". Sobre el Espíritu como aliento divino de vida se puede leer en Génesis 2:7. Su efecto en sí es el hecho de estar vivo, manifestándose como poder divino de vida.

En el curso de la historia de la salvación, el Espíritu de Dios se reconoce como el poder que impulsa al hombre capacitándolo para ser una herramienta al servicio de Dios. Este poder puede influenciar al hombre, llenarlo y, es más, aún renovarlo (Tit. 3:5).

Jesucristo obró en el poder del Espíritu y “el poder del Señor estaba con Él" (Lc. 4:14; 5:17). Poco antes de su ascensión, el Resucitado prometió a sus Apóstoles: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo" (Hch. 1:8).

Después de su prédica de Pentecostés, el Apóstol Pedro les aseguró a aquellos que se dejasen bautizar, que iban a recibir el don del Espíritu Santo (Hch. 2:38).

Dios concede este don mediante la imposición de manos y oración de un Apóstol, como lo demuestra por ejemplo el hecho acontecido en Samaria (Hch. 8:14-17). El creyente recibe Espíritu Santo y al mismo tiempo, el amor de Dios (Ro. 5:5).

Aquí es importante diferenciar entre el Espíritu Santo como don de Dios y el Espíritu Santo como persona de la divinidad. Se transmite el don del Espíritu Santo, proveniente de Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.