El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

5.3.10.2 Codicia, la causa del pecado

El enunciado: “No codiciarás" constituye el núcleo del noveno y del décimo mandamiento. El mismo no prohibe cada una de las formas de los deseos humanos, sino solamente la codicia pecaminosa por la mujer o los bienes del prójimo. Tal codicia viola, al igual que la transgresión de los demás mandamientos, el mandamiento del amor al prójimo (Ro. 13:9).

Desde los comienzos, Satanás busca atraer al hombre hacia el pecado despertando en él avidez y deseos por las cosas prohibidas (Gn. 3:6). Adán y Eva sucumbieron ante esta codicia y cayeron en el pecado al desobedecer el mandamiento de Dios. Sus consecuencias están descriptas en Santiago 1:15: “Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte".

La codicia, entendida como un deseo pecaminoso, se origina en el interior del hombre, despertando pensamientos impuros. Si no se la domina, este pensamiento pecaminoso será llevado a la práctica. Esto también surge de Mateo 15:19: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias".

El noveno y el décimo mandamiento le asignan al hombre la tarea de velar por la pureza del corazón, lo cual incluye rechazar toda tentación para cometer un acto pecaminoso.