El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

4.6.2 La bendición de Dios en el antiguo pacto

La promesa de bendición dada a Israel es parte del pacto que Dios concertó con el pueblo elegido. Esta bendición dependía de que Israel cumpliera con los deberes implícitos en el pacto: servir sólo a Dios y guardar sus mandamientos. Si el pueblo de Israel actuaba de manera distinta, esto traería aparejada la maldición. Esta decisión quedaba en manos del pueblo: “He aquí yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición: la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, y la maldición, si no oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios" (Dt. 11:26-28). Esto muestra claramente que el apartarse de Dios y sus mandamientos resulta en maldición.

En el antiguo pacto, la bendición de Dios se manifestó primeramente en la vida cotidiana experimentada en forma directa por el hombre, cubriendo todas las áreas, por ejemplo: la victoria en las batallas contra los enemigos, una larga vida, riquezas, un gran número de descendientes, fertilidad de la tierra (Dt. 28:3-6). Aun en el antiguo pacto, la bendición ya tenía una dimensión que sobrepasaba el bienestar terrenal, como muestra la promesa de Dios a Abram: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra" (Gn. 12:2-3). Esta bendición se extendió mucho más allá de una promesa de bienestar personal; le permitió a Abraham convertirse en bendición también para otros. La bendición de Dios debía comprender a todas las futuras generaciones: en Jesucristo, la bendición se hizo accesible para todas las naciones (Gá. 3:14).