El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

2.4.2 El segundo artículo de la fe

Yo creo en Jesucristo, el unigénito Hijo de Dios, nuestro Señor, concebido por el Espíritu Santo, nacido de la virgen María, que padeció bajo Poncio Pilato, que fue crucificado, muerto y sepultado, que entró en el reino de la muerte, que al tercer día resucitó de los muertos y ascendió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios, el Padre todopoderoso, de donde vendrá nuevamente.

El segundo artículo de la fe trata sobre Jesucristo, que es el fundamento y contenido de la fe cristiana. Cada enunciado de este artículo tiene un punto de referencia inmediato en el Nuevo Testamento. El nombre “Jesucristo" ya es una confesión, la de Jesús de Nazaret como el Mesías (del hebr.: “Ungido", del gr.: Cristo) prometido y esperado por Israel.

Pero Jesús no es solamente el Mesías, sino también “el unigénito Hijo de Dios" (Jn.1:14 y 18). Con esta formulación se expresa la relación sustancial entre Dios, el Padre, y Dios, el Hijo. La Confesión de fe de Nicea-Constantinopla deja en claro esta fórmula del “unigénito Hijo": el Hijo es “nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial con el Padre". Este “unigénito Hijo" es “nuestro Señor". En el Antiguo Testamento “Señor" es el nombre de Dios y en el Nuevo Testamento se traslada a Jesús para poner en claro su naturaleza divina. “Señor" significa aquí también que Jesucristo reina en los cielos y en la tierra (Fil.2:9-11).

Los enunciados que siguen conciernen al origen divino del hombre Jesús y su nacimiento milagroso. Jesús es concebido por el Espíritu Santo (Lc.1:35; Mt.1:18). Por lo tanto, no tiene su origen en la procreación natural de un hombre, porque María era virgen cuando dio a luz a Jesús (Lc.1:27). Nacer de una virgen no debe considerarse como algo secundario ni tampoco como una mera idea mitológica antigua, sino que forma parte de las convicciones cristianas fundamentales. La mención de María en los Evangelios demuestra que Jesús realmente era hombre y que tenía una madre.

La historicidad de Jesús queda en claro además al nombrar a “Poncio Pilato", que era gobernador romano en Palestina en los años 26 a 36d.C., de modo que la pasión de Jesús ocurrió durante el período de su gobierno (Jn.18:28 ss.).

A continuación se mencionan los tres acontecimientos esenciales que conciernen a Jesús: “crucificado, muerto y sepultado". Esto vuelve a demostrar la verdadera existencia humana de Jesús: Él tuvo que padecer una muerte infame, la muerte en la cruz. Él murió y fue sepultado, participando en el destino universal de la humanidad. Lo particular se expresa recién con el acontecimiento de “que al tercer día resucitó de los muertos", algo que va mucho más allá de las experiencias humanas y que únicamente se puede afirmar y comprender a partir de la fe. Detrás de este enunciado hay una fórmula de confesión que ya se menciona en 1Corintios15:3-4: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras". La doble indicación “conforme a las Escrituras" pone de manifiesto que estos acontecimientos no son de poca importancia, sino que son necesarios dentro de la historia de la salvación. Jesucristo “resucitó de los muertos", su resurrección es una condición previa y una promesa para la resurrección de los muertos.

Por cierto, en el Símbolo de los Apóstoles se halla aún entre los enunciados “muerto y sepultado" y “al tercer día resucitó", la inserción “descendió a los infiernos" o bien “entró en el reino de la muerte". La prueba de esto en el Nuevo Testamento se encuentra en 1Pedro3:19, donde dice que Jesús después de la muerte en la cruz “predicó a los espíritus encarcelados".

A la confesión “resucitó de los muertos" le sigue el enunciado de que Jesucristo “ascendió al cielo" (Hch.1:9-11). Así termina la vida terrenal de Jesús, así como su inmediata presencia como Resucitado. La recepción del Resucitado en el cielo significa su retorno al Padre y su exaltación. La exaltación de Jesucristo queda plasmada en la siguiente expresión lingüística: “Está sentado a la diestra de Dios, el Padre todopoderoso" (Col.3:1).

El final del segundo artículo de la fe expresa que el Señor exaltado vendrá nuevamente para tomar a los suyos a sí mismo (Jn.14:3).