El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

5.3.3.1 El nombre de Dios

Cuando Dios habló a Moisés en la zarza ardiente, mencionó su nombre (Ex. 3:14). Al mismo tiempo, este fue un acto en el cual Dios reveló su naturaleza. El nombre “Jehová", que Dios dio a conocer aquí, puede ser traducido como “Yo soy el que soy" o también “Yo soy". De esta manera, Dios se manifiesta como aquel que es completamente idéntico a sí mismo, inalterable y eterno.

Por respeto, los judíos evitan mencionar el nombre Jehová. Allí donde en el texto bíblico del Antiguo Testamento figura este nombre de Dios, ellos leen hasta el día de hoy “Adonai" (“Señor"). De esta manera tratan de sustraerse al peligro de utilizar en vano, aun no intencionadamente, el nombre de Dios.

El Antiguo Testamento conoce otros nombres de Dios. Por ejemplo se habla del “Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob" o del “Dios de vuestros padres". Estos nombres hacen alusión al obrar divino en la historia, como sucedió en el tiempo de los patriarcas. Dios también es llamado “Jehová de los ejércitos" [“Señor de los ejércitos"]. Con “ejércitos" se hace referencia aquí a los ángeles.

También se lo denomina “Padre" (Is. 63:16). Cuando Jesús enseña a orar, exhorta a dirigirse a Dios simplemente como “Padre en los cielos" (Mt. 6:9). Al poder llamarlo “Padre" queda en claro que el hombre se puede dirigir con todas sus circunstancias en confianza infantil al Dios lleno de amor.

En el envío dado a los Apóstoles (Mt. 28:19) y en la bendición que está escrita en 2 Corintios 13:14, Dios es denominado “Padre, Hijo y Espíritu Santo". Este nombre pone en evidencia la naturaleza divina con una precisión nunca antes conocida: Dios es trino, y es invocado y honrado como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Está prohibido hablar en forma indigna sobre las tres personas divinas.