El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

12.4.5.1 Cómo tratar a enfermos terminales y moribundos

Muchas personas reprimen el morir y la muerte, y por eso evitan el trato con enfermos terminales. Esto puede tener diferentes motivos, como por ejemplo el miedo a posibles preguntas por parte del moribundo o el tener que reconocer que la existencia terrena es limitada.

Cuando otros mueren, uno toma conciencia de la propia mortalidad. Muchas veces las personas se sienten sobreexigidas al tener que brindarse en ayuda al moribundo. Pero justamente la persona cercana es a la que este más necesita. Es posible que tenga miedo por dolores y padecimientos intolerables, de partir atormentado, de preocupaciones físicas, psíquicas y quizás también existenciales por parte de los allegados, de las consecuencias de la vida vivida, de la incertidumbre y del fin de la existencia.

La fe en el Dios viviente brinda una certeza que va más allá de la vida terrena: la certeza de la vida eterna. Esta mitiga la despedida y el encomendarse por entero a la gracia de Dios.

El cristiano nuevoapostólico, que vive su fe, no muere sin estar preparado. Por un lado, sabe que su alma sigue viviendo. Por otro lado, cree en la resurrección de los muertos y en una vida eterna en comunión perpetua con el trino Dios. Recibir la gracia del sacrificio de Jesucristo lo ha liberado del pecado. Él ha renacido de agua y Espíritu, tiene la promesa de la vida eterna (Ro. 6:22).

En el morir encuentra el consuelo especial de ser liberado por gracia del dominio del pecado y en vista del padecimiento, la muerte y la resurrección de Cristo, estar destinado para la vida eterna con Cristo Jesús (Ro. 6:8-11).

Ciertamente, también las personas creyentes tienen miedo a morir y a la muerte. Por eso se debe tomar en serio este miedo y no interpretarlo como una señal de falta de fe. Se debe mantener viva la esperanza en una vida con Dios y el consuelo implícito en esta esperanza. Al moribundo no se le deben dar respuestas concluyentes a preguntas sobre el sentido de la vida, del sufrimiento y de la muerte. El acompañamiento en el momento de la muerte significa en primer lugar, aceptar al moribundo con todos sus miedos y todas sus necesidades. Se debería estar cerca del moribundo en el difícil camino que debe recorrer y también admitir miedos y debilidades propios. Reconociendo con humildad el final irrevocable de la vida humana se puede hacer surgir una vinculación sólida entre el moribundo y quienes lo acompañen que el moribundo sea capaz de percibir.

La seguridad del reencuentro con aquellos que ya nos han antecedido al mundo del más allá, sostiene al moribundo en la fase de la despedida.

También forma parte del acompañamiento en la muerte que el asistente espiritual anuncie al moribundo el perdón de los pecados, le asegure la paz del Resucitado y celebre con él la Santa Cena. Recibir cuerpo y sangre del Señor garantiza la comunión de vida con el Hijo de Dios. Entonces el moribundo es consolado y fortificado para que pueda recorrer confortado el difícil camino que tiene por delante.

También es importante la atención de los parientes cercanos. En esta fase, ellos deben tomar conciencia de la pérdida de uno de sus seres queridos y dominarla en sentimientos y pensamientos. Trae fortaleza para los familiares, cuando se les distingue por lo que han podido hacer por el moribundo.