El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

3.4.7.2 Jesucristo, el Sacerdote

En el antiguo pacto, la principal tarea de los sacerdotes era ofrecer sacrificios a Dios, instruir al pueblo en la ley y tomar decisiones en caso de asuntos legales difíciles y en todos los temas de pureza del culto. La tarea del sumo sacerdote consistía en llevar ante Dios sus propios pecados, los de los sacerdotes y los del pueblo. A tal efecto entraba una vez al año – en el día de reconciliación (Jom Kippur) – en el Santísimo, donde intercedía. Lo hacía en representación del pueblo, siendo el lazo de unión entre Dios y el pueblo de Israel.

En vista del sacerdocio del antiguo pacto y de los sacrificios que eran ofrecidos en el templo, dice en Hebreos 8:5: “Los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales". A la luz del Evangelio queda en claro que el sacerdocio del Antiguo Testamento fue sólo provisional, “... pues nada perfeccionó la ley" (He. 7:19).

En la encarnación del Hijo de Dios se pone de manifiesto un sacerdocio superior a todos los demás sacerdocios. Jesucristo no es simplemente un sumo sacerdote en la larga línea de los sumos sacerdotes de Israel. En Jesucristo llega más bien un sumo sacerdote en el que se fundamenta la redención del mundo: Dios mismo vence al abismo del pecado y por Jesucristo reconcilia al mundo con Él; ningún otro sacerdocio lo puede lograr. Así Jesucristo es Sumo Sacerdote eternamente: “Mas este, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos" (He. 7:24-25).

Jesucristo no necesitaba como los sumos sacerdotes del antiguo pacto la reconciliación con Dios, pues Él mismo es el Reconciliador. Él no sólo da testimonio del encuentro con Dios, sino que en Él mismo, hombre y Dios están unidos inseparablemente.

En el sacerdocio de Jesucristo se evidencia la dedicación de Dios al mundo; en Él el hombre tiene acceso a la salvación de Dios.

La epístola a los Hebreos explica el ministerio sumosacerdotal de Cristo, para expiar los pecados del pueblo (He. 2:17). En Jesucristo, el eterno Sumo Sacerdote, existe la certeza del perdón de los pecados y la promesa de la vida eterna.

En Hebreos 3:1 dice: “Considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús". Jesucristo supera el servicio del sumo sacerdote del antiguo pacto, por ser el verdadero Sumo Sacerdote, y Él es la condición previa para el servicio de los Apóstoles en el nuevo pacto. El contenido de la función apostólica queda definido en 2 Corintios 5:20: “Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios".