El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

4.1 El mal – Los poderes antidivinos

El origen del mal dentro del orden de la creación no puede ser concebido ni explicado racionalmente. Pablo habla del mal como un misterio (2 Ts. 2:7). El mal no siempre puede ser reconocido claramente. A veces se disfraza y toma la apariencia de ser algo bueno o divino (2 Co. 11:14). Solamente por la fe en el Evangelio se hace comprensible qué es en definitiva el mal y qué potestad, poder y efectos tiene.

Sólo Dios es absolutamente bueno. Según la palabra de Dios, la creación invisible y visible es, en principio, buena en gran manera (Gn. 1:1-31), por consiguiente, inicialmente no tuvo lugar el mal en ella. Dios no creó el mal como tal. De esa manera, no forma parte de lo creado positivamente, sino que fue permitido.

Cuando Dios crea al hombre, lo hace a imagen de sí mismo (Gn. 1:26 ss.); esto también incluye que el hombre esté dotado de libre voluntad. Tiene la posibilidad de decidir sobre si obedecer o desobedecer a Dios (Gn. 2:16-17; 3:1-7). Esto también implica la posibilidad de hacer el mal, el cual se manifiesta cuando el hombre se opone consciente y voluntariamente al bien, alejándose de Dios y de su voluntad. Así, el mal del hombre no ha sido creado por Dios, sino que fue inicialmente una posibilidad que eligió el hombre al violar el mandamiento divino. Dios no quiso ni creó el mal, pero sí lo permitió, al no impedir que el hombre tomase esa decisión.

Desde esta caída en el pecado, tanto el hombre como también toda la creación son víctimas del mal (Ro. 8:18-22).

El mal comienza a desarrollarse cuando lo creado se pone en contra del Creador. Como resultado de la desobediencia, el mal cobra espacio y lleva a distanciarse de Dios, a volvérsele extraño y, finalmente, a apartarse por completo de Él.