El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

4.6 La bendición de Dios

Por “bendición" entendemos la dedicación de Dios. La bendición es sinónimo del accionar salvífico y sanador de Dios a favor de la humanidad y la creación. Su antítesis es la maldición, es decir, cuando Dios se aparta de la humanidad.

La convicción de que el hombre en toda su existencia depende de la bendición de Dios alude a una imagen del hombre derivada de la fe en Dios como el todopoderoso Creador y Preservador de toda creación. Por sí mismo, el hombre no es capaz de conformar su vida de forma que redunde en su provecho, en el de sus semejantes y de la creación.

La maldición, como el opuesto de la bendición, llega al hombre cuando en la caída en el pecado se alza contra Dios. La maldición es todo lo que lleva al hombre a distanciarse de Dios y todo lo que allí experimenta, quedando en agitación e intranquilidad, y librado a la corrupción y la muerte. La ayuda no la encuentra en sí mismo, sino únicamente en Dios.

De la maldición de haber caído en el pecado uno puede ser redimido por la gracia. Si el hombre toma los dones de Dios con fe y se deja guiar por Él, será partícipe de la bendición.

Dios transmite su bendición muchas veces utilizando a los hombres enviados por Él.

La bendición es amplia, concierne al hombre en su totalidad. Implica poder divino y trae al hombre la promesa de la salvación futura. La bendición es una dedicación de Dios que nadie se puede ganar. El ser bendecido significa recibir cosas buenas por parte de Dios. Nadie puede bendecirse a sí mismo. Sin embargo, el hombre ha sido convocado para rogar por la bendición de Dios y llevar una vida digna de dicha bendición.

La bendición se desarrolla cuando hay fe; es una dádiva de Dios que se renueva continuamente. El hecho de que tenga efectos duraderos depende no por último de la actitud y la trayectoria del que es bendecido. Si este actúa conforme a la complacencia de Dios, él mismo se convertirá en una bendición para otros.

La bendición puede extenderse más allá del receptor directo de la misma y de su vida, hacia otras generaciones.