El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

3.4.9.4 Jesús ante Pilato y Herodes

Los judíos llevaron al Señor hasta la residencia del gobernador romano Pilato, a la que no entraban los judíos muy devotos para no contaminarse (Jn. 18:28). Pero Jesús debió entrar en el pretorio.

En el interrogatorio ante Pilato, Jesús señaló que su reino no era de este mundo y que no estaba detrás de pretensiones de poder mundano. Pilato no halló culpa en Él y lo remitió al rey Herodes. Los soberanos Herodes y Pilato, que antes estaban enemistados, se hicieron amigos aquel día (Lc. 23:12). Las potestades mundanas se unieron en contra del Señor.

Los romanos azotaron al Hijo de Dios. El pueblo exigió su crucifixión y le echó la culpa de haberse levantado en contra del emperador, a lo que le cabía la pena de muerte (Jn. 19:12). Pilato vio un camino para dejar a Jesús en libertad: debía decidir el pueblo, si dejar libre a Jesús o al malhechor Barrabás. El pueblo, instigado por los sacerdotes y ancianos, elige a Barrabás. A fin de expresar que él no era responsable de lo que vendría, Pilato se lavó las manos delante del pueblo y dijo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros". El pueblo respondió: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos" (Mt. 27:24-25). Pilato hizo azotar nuevamente a Jesús y lo entregó a los soldados para ser crucificado.

Por la participación del gobernador romano, la condena y posterior ejecución de Jesucristo ya no es únicamente asunto de Israel, también los gentiles toman parte. Decididamente los hombres son culpables de la muerte del Señor.