El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

5.3.2.3 Adoración y temor de Dios

Sólo a Dios, el Señor, le corresponde adoración; únicamente a Él se debe servir.

En el antiguo pacto se adoraba a Dios de diferentes formas. La oración, como lo atestiguan los salmos, es expresión de honra y alabanza. También era adoración el holocausto en el templo.

Pero con el paso del tiempo, el culto en el templo condujo a una adoración a Dios externa y formal, ya atacada públicamente por los profetas (entre otros, Am. 5:21-22 y 24). De esta tradición profética también se vale Jesús para enseñar: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren" (Jn. 4:23-24). Adorar a Dios de la manera correcta no es un acto puramente formal, sino que es la entrega total del hombre a Dios.

La entrega a Dios debe tener la impronta del temor de Dios, es decir, el respeto ante Dios. El temor de Dios no es expresión de un miedo sumiso, sino de humildad, amor y confianza. Se exterioriza en la adoración del Altísimo con amor infantil y aceptando incondicionalmente la majestuosidad de Dios. El temor de Dios se evidencia en los esfuerzos por atenerse a los mandamientos, es decir, evitando el pecado.