El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

3.5 Dios, el Espíritu Santo

La Sagrada Escritura brinda múltiples testimonios del Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. Asevera que el reconocimiento de Dios sólo se logra a través del Espíritu Santo: “Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Co. 2:11). El Apóstol Pablo lleva a que el reconocimiento de que Jesús es el Señor está en una relación inmanente con el Espíritu Santo: “Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo" (1 Co. 12:3).

El tercer artículo de la fe testifica: “Yo creo en el Espíritu Santo". Esto se ajusta al texto del Apostolicum (ver 2.2.1). En la Confesión de Nicea-Constantinopla su contenido es más amplio: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y vivificante, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo ha de ser adorado y glorificado, que habló por los santos profetas".

El Espíritu Santo es verdadero Dios. Procede del Padre y del Hijo y vive eternamente en comunión con ellos. Participa activamente en la creación (ver 3.3.1) y en la historia de la salvación. El Espíritu Santo es persona divina (ver 3.1.1), que con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado como Señor.

En la Sagrada Escritura, el Espíritu Santo también es llamado “Espíritu de Dios" (entre otros, Gn. 1:2; Ro. 15:19), “Espíritu de Jehová" (entre otros, 1 S. 16:13), “Espíritu del Señor" (entre otros, 2 Co. 3:17), “Espíritu de verdad" (Jn. 16:13), “Espíritu de [Jesu] Cristo" (Ro. 8:9; Fil. 1:19), “Espíritu de su Hijo" (Gá. 4:6) y “glorioso Espíritu de Dios" (1 P. 4:14).

El Nuevo Testamento habla del Espíritu Santo como el Consolador que estará para siempre (Jn. 14:16), también como “poder" y “don de Dios" (Hch. 1:8; 2:38). Este poder de Dios fue prometido y enviado por el Padre y el Hijo. Como poder y don, el Espíritu Santo es transmitido en el Santo Sellamiento, el cual junto con el Santo Bautismo con Agua conforma el renacimiento de agua y Espíritu, mediante el cual el creyente alcanza la filiación divina.