El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

3.4.10 El obrar de Jesucristo en el reino de los muertos

En 1 Pedro 3:18-20 dice que el Hijo de Dios después de su muerte en la cruz predicó a aquellos que desobedecieron en tiempos de Noé. El Señor lo hizo para ofrecer la salvación: “Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios" (1 P. 4:6). Por lo tanto, el obrar de salvación de Cristo también comprende a los muertos. Así como el Hijo de Dios sobre la tierra se dirigió a los pecadores, también lo hizo ante aquellos que en su vida sobre la tierra habían desobedecido a la voluntad divina.

Después del sacrificio de Jesús, la redención también fue posible para los muertos (ver 9.6). Él mismo había dicho: “Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán" (Jn. 5:25).

Por su muerte en sacrificio, el Hijo de Dios quitó al diablo el imperio sobre la muerte (He. 2:14-15). Él, Jesucristo, tiene las llaves de la muerte y el Hades (Ap. 1:18). El “Hades" no significa aquí un lugar de perdición, sino el lugar donde se hallan los difuntos, y “tener las llaves" significa ejercer el reinado.

Romanos 14:9 dice: “Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven". Como Señor fue exaltado por el Padre sobre todos: Dios le dio un nombre “que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra" (Fil. 2:9-10).

El ingreso del Hijo de Dios en el reino de los difuntos es un triunfo del vencedor de Gólgota, que le quitó a la muerte el espanto y su carácter definitivo.

EXTRACTO

El obrar de salvación de Cristo también comprende a los muertos. (3.4.9.10)

Jesucristo, tiene las llaves de la muerte y el Hades. El ingreso del Hijo de Dios en el reino de los difuntos es un triunfo del vencedor de Gólgota, que le quitó a la muerte el espanto y su carácter definitivo. (3.4.9.10)