El Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica

3.4.12 La ascensión de Jesucristo

Cuarenta días después de su resurrección, Jesucristo ascendió desde el círculo de sus Apóstoles a Dios, su Padre, al cielo. En su última conversación les mandó “que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre", pues debían ser “bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días" (Hch. 1:4-5).

Mientras Jesús bendecía a los Apóstoles, fue alzado hacia el cielo; una nube le ocultó de sus ojos. Y estando ellos todavía mirándole, se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas y dijeron: “Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Hch. 1:11). A diferencia del hecho de la resurrección, del cual no hubo testigos oculares, los Apóstoles participaron directamente de la ascensión de Cristo. Reconocieron que el Resucitado había ascendido y retornado al Padre. La naturaleza humana del Señor se había incorporado definitivamente a la gloria divina, cumpliéndose las palabras: “Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre" (Jn. 16:28).

En Marcos 16:19 dice: “Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios". Por lo tanto, Cristo no entró en un santuario hecho de mano, como el sumo sacerdote del antiguo pacto, “... sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios" (He. 9:24). A la diestra de Dios, Cristo intercede por sus escogidos (Ro. 8:33-34).

La imagen de Cristo sentado a la diestra de Dios muestra que Él es partícipe del pleno poder y la gloria de Dios, el Padre. Esta gloria quiere compartirla en el futuro con los suyos: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado" (Jn. 17:24). Esto acontecerá cuando Cristo arrebate consigo a los suyos de entre los muertos y los que viven, y ellos estarán siempre con Él (1 Ts. 4:15-17).

EXTRACTO

La resurrección de Jesucristo es obra del trino Dios. Aconteció sin testigos oculares; sin embargo, el Resucitado fue visto por muchos testigos. Su resurrección no es la expresión de un deseo ni es la expresión de un pensamiento mitológico, sino que efectivamente tuvo lugar. (3.4.11)

Por la resurrección de Jesús, el creyente tiene una fundada esperanza en la vida eterna, pues la resurrección hizo posible vencer la muerte resultante de la caída de Adán en el pecado y la consiguiente separación de la humanidad de Dios. (3.4.11.1)

La fe en la resurrección de Cristo como primicia coloca el fundamento para la fe en la resurrección de los muertos en Cristo y la transfiguración de los vivientes en su retorno. (3.4.11.1)

El Señor resucitado se mostró a sus discípulos; el Nuevo Testamento da cuenta de varios encuentros con el Resucitado. Este testimonio de la resurrección de Cristo fue llevado por los Apóstoles a todo el mundo. (3.4.11.2)

Después de la resurrección, el cuerpo glorificado de Jesús está más allá de la temporalidad y la mortalidad de la carne; no está atado a espacio ni tiempo. (3.4.11.3)

Cuarenta días después de su resurrección, Jesucristo ascendió desde el círculo de sus Apóstoles a Dios, su Padre, al cielo: la naturaleza humana del Señor se había incorporado definitivamente a la gloria divina. (3.4.12)

A diferencia del hecho de la resurrección, del cual no hubo testigos oculares, los Apóstoles participaron directamente de la ascensión de Cristo. En ese momento les fue prometido el retorno de Cristo. (3.4.12)