El Catecismo en preguntas y respuestas

03. El trino Dios

Dios es un ser espiritual, perfecto, completamente independiente. Él es eterno, no tiene principo ni fin. El Dios uno es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Cuando se habla de “el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo” no se hace referencia a tres dioses, sino a tres personas que constituyen el Dios uno.

Trinidad Divina: ver preguntas 61. ss. y 198.

Los seres humanos no pueden describir a Dios debidamente, pero conocemos características de la naturaleza de Dios: Él es el Uno (único), el Santo, el Todopoderoso, el Eterno, el Amante, el Misericordioso, el Justo, el Perfecto.

Sólo existe un Dios. La fe en el Dios único es una confesión básica del Antiguo y el Nuevo Testamento y por lo tanto, también es básica para la fe cristiana.

La doctrina que afirma que existe un Dios único es llamada “monoteísmo”. Religiones monoteístas son, por ejemplo, el cristianismo, el judaísmo, el islamismo.

“Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios”
Isaías 44:6
“Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es …”
Marcos 12:29

La santidad forma parte de la naturaleza de Dios, de su ser y su obrar. La santidad comprende la majestuosidad, la intangibilidad, el alejamiento de lo profano. La palabra y la voluntad de Dios son igualmente santas.
La santidad de Dios santifica el lugar en el que Él se manifiesta.

“Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”
Isaías 6:2

Dios puede todo, para Él nada es imposible. Nadie puede limitar la voluntad ni el obrar de Dios.
En la creación se muestra claramente que Dios es todopoderoso. Sólo por su palabra fue creado todo. Todo lo que es, lo que como seres humanos podemos ver y también no ver, lo creó de la nada. Por su omnipotencia también hará surgirla nueva creación. De la omnipotencia de Dios forman parte su omnisciencia y omnipresencia.

Nueva creación: ver pregunta 581.

“El les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”
Lucas 18: 27
“Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía”
Hebreos 11:3

Dios no tiene principio ni fin. No hay limitaciones temporales para Él. Dios es Creador y Señor del tiempo.

“Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”
Salmos 90:2

Ya en el antiguo pacto Dios se mostró como el Amante, al elegir al pueblo de Dios y liberarlo de la cautividad egipcia. Se manifestó como el que ama a toda la humanidad enviando a su Hijo para salvación de todos los hombres.
El Apóstol Juan escribió: “Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4:16).

“Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”
Jeremías 31:3
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”
Juan 3:16

Dios se dirige al hombre con misericordia, clemencia, paciencia y bondad (cf. Salmos 103:8). Queda demostrado que Dios es misericordioso ante todo en el hecho de que se volvió hacia el hombre asediado por el pecado y le perdonó sus pecados. Forma parte de ello que Dios haya adoptado en Jesucristo la condición de hombre.
Nadie puede ganarse la misericordia de Dios; ella es un regalo.

Todo lo que Dios hace, es perfecto; Él no comete errores. “Porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto” (Deuteronomio 32:4). En la justicia y la fiabilidad de Dios se puede edificar: “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:24).
También son expresión de la justicia de Dios ciertas leyes como por ejemplo, que lo que el hombre siembra, eso segará (cf. Gálatas 6:7) y que el pecado lleva a la muerte (cf. Romanos 6:23).
Pero por sobre todo está la gracia de Dios. También ella es parte de su justicia. A través de Jesucristo puede recibir gracia un pecador que se ha ganado una condena. Entonces Dios ya no toma en cuenta los pecados y faltas que ha cometido.

“La suma de tu palabra es verdad, y eterno es todo juicio de tu justicia”
Salmos 119:160
“Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos”
Apocalipsis 16:7
“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”
Romanos 3:24

Las obras de Dios están bien hechas, sus caminos son correctos. Él no obra a raíz de una necesidad u obligación, sino tan sólo por su voluntad perfecta. Dios es completamente libre en sus decisiones.
La verdad forma parte de la perfección de Dios. En Dios no se halla mentira, engaño o inseguridad, y en Él no hay diferencia entre querer y hacer.
El hombre puede experimentar la perfección de Dios en Jesucristo, pues Él fue el único que en sus palabras y obras no tuvo pecado ni falta, es decir que fue perfecto.

“En cuanto a Dios, perfecto es su camino, y acrisolada la palabra de Jehová; escudo es a todos los que en él esperan”
Salmos 18:30

“Dios, el Trino” significa que Padre, Hijo y Espíritu Santo constituyen el Dios uno. Por lo tanto, no son tres dioses, sino que es un único Dios en tres personas.

En el Antiguo y el Nuevo Testamento hay indicaciones sobre la Trinidad de Dios. Basados en estos testimonios bíblicos, los cristianos creen en Dios, el Trino.

Una primera referencia a la Trinidad Divina está en Génesis 1:26: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. El plural “hagamos” alude al obrar del Dios, que es uno, en varias personas.
En Mamre Dios se le aparece a Abraham en la figura de tres varones (cf. Génesis 18). Esto se entiende como una referencia a la Trinidad Divina.
Lo mismo sucede con el triple bendición (“bendición aaronita”) pronunciada por Aarón al pueblo de Israel (Números 6:24-26).

“Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz” Números 6:24-26

Cuando Jesús, el Hijo de Dios, fue bautizado en el Jordán, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió sobre Él como una paloma. El Padre dio testimonio sobre ello desde el cielo: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Marcos 1:10-11). Por lo tanto, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo estuvieron presentes conjuntamente.
Las tres personas divinas también son mencionadas en el mandato del Bautismo dado por Jesucristo a sus Apóstoles: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:18.19).
La fórmula de la bendición que se encuentra en 2 Corintios 13:14 también hace referencia a la Trinidad Divina: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios [el Padre], y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”.

La Trinidad Divina existe desde siempre. La doctrina de la Trinidad Divina fue formulada en los concilios de Nicea (325 d.C.) y de Constantinopla (381 d.C.).
La doctrina de la Trinidad Divina forma parte de los enunciados fundamentales de la fe cristiana.

Concilio: ver explicación de la pregunta 33.

Padre, Hijo y Espíritu Santo son los nombres de las tres personas divinas. Aunque se diferencian entre sí, constituyen el Dios uno.
En la tradición cristiana, a cada una de las tres personas divinas se les asigna un punto central:
Dios, el Padre, es el Creador del cielo y de la tierra.
Dios, el Hijo, es el Redentor que adoptó la condición de hombre y entregó su vida en sacrificio para redención de la humanidad.
Dios, el Espíritu Santo, es el Creador de lo nuevo. Se ocupa de que la salvación de Dios sea accesible al hombre y que la nueva criatura llegue a la consumación.

Nueva criatura: ver preguntas 528. ss.

Cuando se emplea el concepto “Padre” en conexión con Dios, se relacionan con el mismo distintos aspectos de la creación, de autoridad y de cuidados solícitos. Dios es el Creador y el que preserva lo que ha creado. Por ende, todo ser humano puede dirigirse a Dios, que es su Creador, como “Padre”.

Ver también Hijo de Dios: explicación de la pregunta 530.

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1), lo visible –o sea la creación material– y lo invisible. Todo lo que existe ha surgido de la acción creadora de Dios.
Dios creó de la nada y sin ningún modelo: “Dios […] llama las cosas que no son, como si fuesen” (Romanos 4:17). También dio forma a cosas y seres vivos a partir de la materia creada por Él (cf. Génesis 2:7-8 y 19) y les incorporó leyes internas. Todo lo creado está sujeto a Él.

“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre”
Génesis 2:7-8 y 19

La creación y sus leyes internas dan testimonio de la sabiduría de Dios, cuya grandeza el hombre no puede imaginar. El salmista exclama con gran admiración: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmos 19:1).

Dios creó al mundo en seis “días de la creación”. Los “días de la creación” se entienden como períodos de tiempo, cuya duración no está determinada con precisión. Un “día” en la creación de Dios no puede equipararse con un día según nuestra cronología.
En Génesis 2:2 dice: “Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo”.

“… que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”
parte de 2 Pedro 3:8
“Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó”
Salmos 90:4

La Biblia informa que por la palabra de Dios surgieron los cielos y la tierra, la luz, la forma de la tierra, el sol, la luna y las estrellas, las plantas y los animales, como asimismo el hombre; y todo era bueno en gran manera (cf. Génesis 1:31).

No, también hay una creación invisible de Dios. Sus misterios se sustraen a la investigación humana –igual que Dios mismo–. La Sagrada Escritura, sin embargo, contiene referencias a ámbitos, sucesos, estados y seres que se hallan fuera de la creación material.

Forman parte de la creación invisible el reino en el que reina Dios, los ángeles, el alma inmortal de los hombres y el reino de la muerte.

Reino de la muerte: ver preguntas 537. ss.

Originalmente el diablo era uno de los ángeles. Como tal formaba parte de la creación invisible. Este ángel se levantó en contra de Dios y por su desobediencia, envidia y mentira fue echado junto con sus seguidores del cielo y la comunión con Dios.

El mal: ver preguntas 217. ss.

“Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó … al juicio”
2 Pedro 2:4
“Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día”
Judas 6

Los ángeles son seres espirituales creados por Dios. Forman parte de la creación invisible. Si está en la voluntad de Dios, en algunos casos pueden volverse visibles para el hombre.

La tarea de los ángeles es adorar a Dios, cumplir sus instrucciones y de esa manera, servirle.
El amor de Dios al hombre se evidencia, entre otros, en el hecho de que permite que los ángeles también sirvan al hombre. De Mateo 18:10 se puede concluir que especialmente los niños tienen protección angelical.

“Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que se encuentran delante del Señor. […] Pues Dios así lo ha querido, que yo estuviera con vosotros, ¡a Él agradeced y alabad!”
Tobías 12:15 y 18
“Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos”
Mateo 18:10

No, pues los ángeles entran en acción sólo cuando está en la voluntad de Dios. Por eso no hay que agradecer o alabar a los ángeles, sino únicamente a Dios.

Los ángeles son “todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación”
Hebreos 1:14

El hombre es una unidad de espíritu, alma y cuerpo (cf. 1 Tesalonicenses 5:23). El cuerpo es mortal, perteneciendo a la creación visible de Dios. El alma y el espíritu son inmortales, por lo que pertenecen a la creación invisible de Dios. Como el alma y el espíritu permanecen aun después de la muerte, es importante ocuparse de lo invisible.
La actitud que una persona adopta frente a Dios durante su vida en la tierra tiene consecuencias sobre su existencia en el más allá. Este reconocimiento puede ayudar a resistir las tentaciones del diablo y llevar una vida agradable a Dios.
El Apóstol Pablo define la importancia de lo invisible en nuestra vida: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:17-18). El ocuparse de lo invisible nos ayuda a poder catalogar mejor lo que nos pasa.

Debemos ocuparnos de lo invisible dirigiéndonos a Dios y adorándole.
Sin embargo, el ocuparse de lo invisible en forma de adivinación o consultando a los muertos (espiritismo) no responde a la voluntad de Dios (cf. Deuteronomio 18: 10 ss.; 1 Samuel 28).

Se denomina “espiritismo” a las prácticas de invocación a los espíritus, en particular a los espíritus de los muertos.

“No sea hallado en ti … quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas”
Deuteronomio 18:10-12

El hombre pertenece en la misma medida a la creación visible como a la invisible, ya que tiene naturaleza material (cuerpo) y naturaleza inmaterial (alma y espíritu).
Dios concedió al hombre una posición especial entre todas las criaturas y le procuró una relación estrecha con Él mismo: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:26-27).

El término “material” proviene del latín “materie”, que significa “sustancia, contenido”. Se denomina “material” a lo perceptible por la vista, el tacto y físicamente. Lo “inmaterial”, en cambio, es lo que para el hombre es invisible, no tangible, espiritual.

Dios hizo todo por su palabra y llamó al hombre por su nombre. Por lo tanto, Dios habló al hombre (“Podrás comer …”) y lo amó. Él puede oír cuando Dios se dirige a él y retribuir el amor de Dios.
Debido a que Dios habla al hombre, lo asiste y le permite ser partícipe de las características divinas esenciales, como el amor, el entendimiento y la inmortalidad, el hombre es la imagen de Dios.
Dios es independiente, o sea que es completamente libre. También a su imagen, al hombre, le ha dado la posibilidad de tomar decisiones libremente. Al serle concedida esta libertad, al mismo tiempo fue impuesta al hombre la responsabilidad de sus actos (cf. Génesis 2:16-17).

“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”
Génesis 2:16-17

Sí, el hombre y la mujer son en la misma medida la imagen de Dios. Por ende, la esencia de ambos es la misma.

No. El hecho de que el hombre haya sido creado a imagen de Dios no quiere decir que a partir de la persona del ser humano se puedan sacar conclusiones sobre la naturaleza o la figura de Dios.

En su existencia, el hombre depende de Dios.
Al hombre le fue dado, reconocer, amar y alabar a Dios, su Creador. Por ende, el hombre está orientado a Dios, independientemente de si cree o no en Él.

Dios le asignó al hombre su espacio vital y le encargó que “señoree” en la tierra, le dé forma y la preserve (cf. Génesis 1:26 y 28; Salmos 8:6).

“Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”
Génesis 1:28

En el trato con la creación, el hombre es responsable frente a Dios, el Creador. Puede manejarse en la creación con total libertad, pero no arbitrariamente. Siendo la imagen de Dios debe tratar toda vida y su espacio vital, como corresponde a un ser divino: con sabiduría, bondad y amor.

No, Dios como Creador, Señor y Dador de la ley dio a Adán y Eva en el huerto de Edén el mandamiento de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. De esa manera probó cómo procedían los hombres con su libertad de decisión, la cual les había sido transmitida por ser ellos la imagen de Dios. Al mismo tiempo los previno de las consecuencias de transgredir este mandamiento.

Imagen de Dios: ver pregunta 81.

Por la influencia del maligno, que se acercó a ellos como una serpiente, los primeros seres humanos cayeron en la tentación. Violaron el mandamiento que Dios les había dado. Así el hombre se convirtió en pecador.

La caída en el pecado implica la separación de Dios, la muerte espiritual. De allí en más el hombre debe tener sobre la tierra una existencia llena de preocupaciones que culmina con la muerte del cuerpo (cf. Génesis 3:16-19).
Desde la caída en el pecado, el hombre es pecador, es decir, que está asediado por el pecado, siendo incapaz de vivir sin pecado.

Muerte espiritual: ver pregunta 532.

“Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. … pues polvo eres, y al polvo volverás”
Génesis 3:17 y 19

El hombre, por sus propios medios, no puede dejar sin efecto el estado de separación de Dios. Mas como pecador no queda sin el consuelo y la asistencia de Dios. Dios no lo deja en la muerte espiritual: con la encarnación de Dios en Jesucristo, a través de cuya muerte en sacrificio y resurrección Dios le brinda a todos los hombres la posibilidad de ser rescatados de la muerte espiritual.
El hombre recibe una primera indicación al sacrificio de Cristo cuando Dios habla a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15).

El espíritu, el alma y el cuerpo están relacionados entre sí, se compenetran e influencian.
El cuerpo surge del engendramiento; toma parte en la esencia y figura de los padres. El alma es creada directamente por Dios; así, Dios obra también en el presente por ser el Creador de cada ser humano.
El alma y el espíritu, que en la Biblia no están separados claramente uno del otro, capacitan al hombre para ser partícipe del mundo espiritual, reconocer a Dios y estar vinculado con Él.

“Alma” y “espíritu”: El alma inmortal no debería ser confundida con la “psique” humana, que coloquialmente muchas veces también es llamada “alma”. De la misma forma, el intelecto se debe diferenciar del “espíritu”.

El cuerpo del hombre es mortal, el alma y el espíritu son inmortales. Después de la muerte del cuerpo, el hombre sigue viviendo como una unidad de alma y espíritu. Lo que hace a su persona no queda eliminado con la muerte. De allí en más su personalidad se expresa a través del espíritu y el alma.
Durante la resurrección de los muertos, el espíritu y el alma serán unidos con un cuerpo de resurrección.

Continuidad de la vida después de la muerte física: ver preguntas 531. ss.

Dios, el Hijo, es la segunda persona del trino Dios. Entre Dios, el Padre, y Dios, el Hijo, no existe diferencia jerárquica, aunque los conceptos “Padre” e “Hijo” pudiesen sugerirlo. Padre e Hijo son verdadero Dios en la misma medida. Tienen la misma sustancia.

En Jesucristo, Dios, el Hijo, adopta condición de hombre y, al mismo tiempo, sigue siendo Dios. Nació en Belén de la virgen María.

Jesucristo, Dios y hombre: ver preguntas 103. ss.

“Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria. E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad. Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” Lucas 2:1-14

En el Antiguo Testamento encontramos, entre otras, la promesa del profeta Isaías: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14).
El profeta Miqueas predijo el lugar de nacimiento de Jesús: “Tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5:2).
Isaías describió a Jesús con nombres que subrayan su singularidad: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).

Emanuel (“Dios con nosotros”): ver pregunta 115.

“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley”
Gálatas 4:4
ver también pregunta 4

El precursor de Jesús fue Juan el Bautista. Este predecesor de Jesús prometido por Dios (cf. Malaquías 3:1) predicó arrepentimiento y anunció a Jesucristo, el Redentor: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3:11).
Juan el Bautista fue el primero del que informa la Biblia que dijo expresamente que Jesús era el Hijo de Dios y además se lo anunció al pueblo.

“Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz”
Juan 1:6-8
“Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”
Juan 1:34

Cuando Jesús se acercó a Juan, este dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Al día siguiente Juan el Bautista estaba junto a dos de sus discípulos y volvió a decir cuando vio a Jesús que andaba por allí: “He aquí el Cordero de Dios”. Entonces estos dos hombres siguieron a Jesús y se convirtieron en sus discípulos (cf. Juan 1:29 y 36-37).

El nombre “Cordero” debe presentar a Jesucristo como el Redentor. Conduce a Isaías 53:7: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero”. En el Antiguo Testamento, los corderos desde tiempos inmemoriales eran los animales preferidos para ser sacrificados. La imagen del “Cordero de Dios” que fue llevado al matadero es una referencia a la muerte de Jesucristo en sacrificio.

Con su muerte en sacrificio, el Hijo de Dios colocó el camino para que los pecadores puedan ser salvados de la muerte espiritual y puedan llegar a la vida eterna: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:9-10).

Muerte espiritual: ver pregunta 89.; explicación de la pregunta 89.

“Hijo unigénito” de Dios significa que Jesucristo, el Hijo de Dios, es único y eterno.
El Hijo de Dios no es una criatura como el hombre. Tampoco se lo puede cf. los ángeles, que tienen un comienzo. Él no tiene principio ni fin, Él es Dios y por lo tanto, consustancial con el Padre y el Espíritu Santo. Por eso ha estado desde siempre, es decir antes de toda creación, en comunión con el Padre y el Espíritu Santo (preexistencia).

El término “preexistencia” proviene del latín “prae” y “existentia”, que significan “antes” y “existencia”. Relacionada con Jesucristo, la preexistencia quiere decir que el Hijo de Dios existe desde siempre, es decir, ya antes de la creación y de su encarnación.

Dios creó todo por medio del Verbo (“Y dijo Dios”, Génesis 1:3) y lo ordenó de manera adecuada. Por consiguiente, el Verbo es el origen del cual emana todo.
El nombre “Verbo” (= en griego “Logos”) se utiliza en el Evangelio de Juan asimismo para el Hijo de Dios. Esto hace referencia a que Dios, el Hijo, es tan Creador como Dios, el Padre, y Dios, el Espíritu Santo.

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”
Juan 1:1-3 y 14

Juan 1:14 expresa que el Hijo de Dios (el “Verbo”) fue hecho “carne”, es decir que se convirtió en hombre verdadero. Nació en Belén, creció en Nazaret y aprendió allí el oficio de carpintero. Murió en Jerusalén, siendo crucificado en Gólgota.

Sí, la naturaleza humana de Jesucristo era igual a la de los demás hombres. Como ser humano tenía un cuerpo y sus respectivas necesidades. Tuvo hambre cuando estaba en el desierto; tuvo sed cuando llegó al pozo de Jacob. Se alegró en las bodas de Caná con los felices. Padeció con los tristes y lloró cuando su amigo Lázaro había muerto. También lloró cuando estuvo frente a Jerusalén y la gente no lo reconoció como el Hijo de Dios. Padeció el dolor bajo los azotes de los soldados.
Pero se diferenció de los hombres en que llegó al mundo sin pecado y nunca pecó. Fue obediente a Dios, el Padre, hasta la muerte en la cruz.

No, sobre la tierra fue al mismo tiempo hombre y el Hijo de Dios, es decir, verdadero Dios.
Jesucristo es verdadero hombre y verdadero Dios: tiene dos naturalezas, una humana y una divina.

Sólo como verdadero Dios Jesucristo pudo afirmar: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30), expresando con ello su consustancialidad con el Padre.
En el Bautismo de Jesús en el Jordán se pudo escuchar una voz de los cielos que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17). En la transfiguración de Jesús, Dios, el Padre, destacó su condición de Hijo de Dios: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:5). Las palabras de Jesús: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9) también dan testimonio de que Él es Dios.

Los milagros que realizó demuestran que Jesucristo es verdadero Dios. La naturaleza le estaba sometida, pues amainó una tormenta y caminó sobre el lago de Genezaret. Demostró ser el Señor de la vida y la muerte al sanar enfermos y resucitar a muertos. Por multiplicar peces para alimentar a miles de personas, así como por convertir agua en vino, su obrar trascendió todo lo que pueden hacer los hombres. Fue Señor sobre el pecado; en reiteradas ocasiones perdonó los pecados.

Milagros de Jesús: ver preguntas 140. ss.

“Dios fue manifestado en carne”
1 Timoteo 3:16
“Este (Jesucristo) es el verdadero Dios, y la vida eterna”
1 Juan 5:20

El nombre “Jesús” significa: “El Señor salva”.
Cuando el ángel Gabriel anunció el nacimiento de Jesús, anticipó al mismo tiempo el nombre del niño. A María le dijo: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús” (Lucas 1:31). También a José le fue dicho cómo se debía llamar el niño: “[…] y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).
Así ya al ponerle su nombre queda en claro que Jesús es el Salvador y Redentor prometido.

En sus obras, Jesucristo se manifestó como el Redentor (= Salvador) enviado por Dios: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (Mateo 11:5). Que Jesucristo es el Redentor se evidencia ante todo en que anunció la voluntad de Dios y dio su vida por la redención de la humanidad, es decir por su liberación de pecados y culpa.
 

Sí, sólo hay redención a través de Jesucristo. Sólo en Él se hace accesible la salvación a la humanidad.

“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”
Hechos 4:12

Los “títulos de nobleza” hacen referencia a nombres y denominaciones para el Hijo de Dios con los cuales la Sagrada Escritura alude a sus características únicas.

A la “nobleza” pertenece una persona de un linaje aristocrático, que ocupa una posición especialmente destacada, por ejemplo un rey o un emperador.

“Cristo” proviene del idioma griego (“Christos”) y significa traducido “Ungido”.
En el tiempo del Antiguo Testamento, los reyes eran ungidos con aceite (cf. Salmos 20:6); este acto significaba una consagración al servicio santo. Jesús es llamado “Ungido” porque es Señor sobre todo, porque reconcilia al hombre con Dios y anuncia la voluntad de Dios. El título de nobleza “Cristo” está tan estrechamente vinculado con Jesús, que se convirtió en nombre propio.

“Mesías” viene del hebreo y también significa traducido “el Ungido”. El Nuevo Testamento profesa expresamente que Jesús de Nazaret es el Mesías esperado por Israel.

En el Antiguo Testamento, la denominación “Señor” es usada principalmente cuando se habla de Dios. En el Nuevo Testamento este título de nobleza también hace referencia a Jesucristo. La denominación “Señor” designa la autoridad divina de Jesucristo, por lo que es mucho más que una forma respetuosa de dirigirse a alguien. El llamar a Jesús “el Señor” es también para expresar que Jesús es Dios.

Si “Hijo del Hombre” se utiliza como un título de nobleza es porque no se refiere al hijo de un hombre, sino a un ser celestial que gobierna y juzga a los hombres.
En tiempos de Jesús, en los círculos judíos devotos se esperaba al “Hijo del Hombre”, a quien Dios le debía transmitir el dominio del mundo. Según Juan 3:13, Jesús se da a conocer como este Hijo del Hombre que descendió del cielo. Como tal tiene la potestad para perdonar pecados y traer bienaventuranza (cf. Mateo 9:6).

“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”
Lucas 19:10

Sí, la Sagrada Escritura menciona otros títulos de nobleza de Jesús: “Emanuel”, “Siervo de Dios”, “Hijo de David”.
El nombre hebreo “Emanuel” significa “Dios con nosotros”. Jesucristo lleva el título de nobleza “Emanuel” porque en Él Dios está entre los hombres ofreciéndoles su asistencia.
La designación “Siervo de Dios” se encuentra en la Sagrada Escritura haciendo alusión a personas destacadas que se encuentran al servicio de Dios. Si Jesús es llamado “Siervo de Dios” es una indicación a su servir y su padecimiento para los hombres.
“Hijo de David” es un nombre de Jesucristo que figura en el Nuevo Testamento. Ya al comienzo del Evangelio de Mateo dice: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1:1). Esto significa que las promesas que fueron dadas a David hallan cumplimiento en Jesucristo (cf. 2 Samuel 7; Hechos 13:32-37).

Jesucristo actuó como Rey, Sacerdote y Profeta.
Un rey se asocia con la idea de reinar y gobernar. En el tiempo del Antiguo Testamento, el sacerdote estaba activo a los efectos de reconciliar al hombre con Dios. Un profeta anuncia la voluntad divina y predice acontecimientos que vendrán. Todo esto se materializa con suma perfección en Jesucristo.

Cuando entró en Jerusalén, Jesús se dio a conocer como el Rey de paz y de justicia. También ante Pilato, un representante del Imperio Romano, Jesús se confesó como Rey y testigo de la verdad. El título de Rey de Jesús no se refiere a su reinado terrenal ni tampoco se evidencia a través de ostentación externa de poder, sino que se muestra en la autoridad de sus acciones y a través del poder con el que realizaba señales y milagros. La dignidad real de Jesucristo también es enfatizada en el Apocalipsis de Juan: Jesucristo es “soberano de los reyes de la tierra” (Apocalipsis 1:5).

“Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz”
Juan 18:37

Reyes significativos en la historia del pueblo de Israel:

  • rey Saúl
  • rey David
  • rey Salomón
  • rey Ezequías.

En el Antiguo Testamento, la principal tarea de los sacerdotes era ofrecer sacrificios a Dios para que Él fuese clemente.
Jesucristo es un Sacerdote superior a todos los demás, es el verdadero Sumo Sacerdote. Sacrificó su vida sin pecado para que los hombres fuesen salvados de la muerte espiritual y pudiesen alcanzar la vida eterna.
Los sumos sacerdotes del tiempo del Antiguo Testamento tenían la tarea de llevar los pecados de los hombres ante Dios. A tal efecto entraban una vez al año –en el día de reconciliación– en el recinto más santo del templo (el “Santísimo”), donde intercedían. Jesucristo no necesitaba como los sumos sacerdores del antiguo pacto la reconciliación con Dios, pues Él mismo es el Reconciliador y perdona los pecados.

Muerte de Jesús en sacrificio: ver preguntas 98. ss. y 177. ss.

Sacerdotes significativos en el Antiguo Testamento:

  • Melquisedec
  • Aarón
  • Elí
  • Sadoc.

Dios había prometido a Moisés: “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare” (Deuteronomio 18:18). Con este profeta se hacía alusión a Jesucristo. Como Profeta, Jesucristo anuncia la voluntad de Dios. Él muestra el camino de la vida y revela cosas futuras. En sus palabras de despedida, prometió el Espíritu Santo. En el libro del Apocalipsis, pone de manifiesto el curso de la historia de la salvación hasta la nueva creación. Sus enunciados son válidos para toda la eternidad: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”
(Marcos 13:31).

“Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados”
Mateo 24:21-22
“Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria. Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca”
Lucas 21:25-28

Profetas significativos en la historia del pueblo de Israel:

  • Moisés
  • Samuel
  • Elías
  • Eliseo
  • Jeremías
  • Isaías
  • Juan el Bautista.

El Nuevo Testamento informa en los cuatro Evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y Juan sobre la vida y el obrar de Jesucristo. Sin embargo, los Evangelistas (autores de los Evangelios) no quisieron escribir una historia de la vida de Jesús, sino que más bien testificar la fe de que Jesús de Nazaret es el Mesías.

Mesías: ver pregunta 112.

El Hijo de Dios nació como ser humano de la virgen María en Belén. Su nacimiento es relatado en los Evangelios según Mateo y Lucas. Jesús nació en el tiempo en que Herodes gobernaba como rey en Judea y Augusto era el emperador romano.
Jesús vivió realmente; es, por lo tanto, una persona de la historia mundial y no algo así como una figura del mundo de la poesía épica.

El ángel Gabriel trajo a la virgen María el mensaje: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:31-33).
El ángel también explicó a María que iba a concebir por el Espíritu Santo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35).

María fue la madre biológica de Jesús. José adoptó a Jesús como un hijo. Por eso se menciona a José en el árbol genealógico de Jesús.

“ Jesús ... hijo, según se creía, de José, hijo de Elí”
Lucas 3:23

El emperador Augusto había dispuesto realizar un censo de la población. A tal efecto cada uno debían visitar “su” ciudad, es decir el lugar de origen de su familia. Por eso José, que era un descendiente de David, fue con María a la “ciudad de David”, Belén. Allí no consiguieron alojamiento. Es probable que María haya dado a luz a su hijo en un establo, pues lo acostó en un comedero: “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:7).
De este hecho queda en claro que Dios se convirtió en hombre en circunstancias poco felices.

Aparecieron ángeles que proclamaron a los pastores que cuidaban sus rebaños en el campo cerca de Belén, nuevas de gran gozo: “Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:11; también Miqueas 5:1).
El Evangelio de Mateo informa que también había una estrella que anunció el nacimiento de Jesús. Hombres sabios (magos) de Oriente habían seguido la estrella y llegado a Jerusalén para adorar al “Rey recién nacido”: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mateo 2:2). Fueron enviados por el rey Herodes a Belén. “He aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño” (Mateo 2:9).
Estos acontecimientos indican la unicidad del nacimiento del Hijo de Dios.

“Magos” eran llamados los sabios orientales que se dedicaban a la interpretación de las estrellas y los sueños.

Como el rey Herodes creyó que en Belén había nacido un rey que lo destituiría del trono, procuró quitar la vida al niño. Hizo matar en Belén a todos los niños menores de dos años (cf. Mateo 2:16-18).

Por un sueño Dios indicó a José, el esposo de María, huir con ella y el niño a Egipto (cf. Mateo 2:13-14). Después de la muerte del rey Herodes, se trasladaron de nuevo a Nazaret en Galilea.

En Lucas 2:52 dice que Jesús crecía en sabiduría, estatura y gracia para con Dios y los hombres. Lucas 2:41-49 informa que Jesús, con doce años, mantuvo una conversación con los escribas, que “se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas”.

“Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres”
Lucas 2:52

Jesús se hizo bautizar por Juan el Bautista en el Jordán. Inmediatamente después del Bautismo hecho por Juan, el Espíritu Santo descendió visiblemente posándose sobre Jesús. En una voz que provenía del cielo, Dios, el Padre, testificó: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Lucas 3:22). En este hecho se hizo público que Jesús es el Hijo de Dios.

Jesús no tenía pecado. Igualmente se hizo bautizar en el Jordán por Juan el Bautista para arrepentimiento. En este acto de Bautismo –expresión de arrepentimiento–queda en claro que se humilló y dejó que se llevase a cabo en Él mismo lo que había sido encomendado a cada pecador.

“Pero Jesús le respondió [a Juan]: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” Mateo 3:15

Jesús fue llevado por el Espíritu Santo al desierto “para ser tentado por el diablo” (Mateo 4:1). Jesús se quedó allí 40 días, siendo tentado reiteradamente por el diablo. Jesús resistió a las tentaciones y rechazó al diablo. Luego vinieron ángeles a Jesús y le sirvieron (cf. Mateo 4:11).

Resistiendo a las tentaciones, Jesús da pruebas ya antes de su actividad pública, de ser Vencedor del diablo.
El primer hombre, Adán, no resistió a la tentación del diablo. Adán se convirtió en pecador y con él toda la humanidad. En oposición a él, Jesús quedó sin pecado, dando lugar a la condición previa para que todos los pecadores puedan volver a encontrar a Dios.

Pecado original: ver pregunta 482.

Jesús comenzó a enseñar en Galilea a la edad de 30 años aproximadamente (cf. Lucas 3:23).

El punto central de la doctrina de Jesús lo constituye la prédica sobre el reino de Dios: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).

El “reino de Dios” no es un territorio ni un dominio político. Antes bien, “reino de Dios” significa que Dios está presente y reina entre los hombres.
En la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios, el “reino de Dios” vino a los hombres (cf. Lucas 17:21). Jesucristo es soberano, Él hace la justicia, concede gracia, se dirige a los pobres y necesitados, trae salvación.
El “reino de Dios” también tiene un significado futuro. Comenzará con las “bodas del Cordero” y en la nueva creación (cf. Apocalipsis 21:1-3) perdurará eternamente.

Bodas del Cordero: ver preguntas 566. ss. Reino de paz: ver preguntas 575. ss. Nueva creación: ver pregunta 581. “Venga tu reino”: ver pregunta 635.

En el Evangelio de Mateo, en lugar de “reino de Dios” se utiliza con el mismo significado el concepto “reino de los cielos”.
“Reino de Dios” se denomina a la presencia y el reinado de Dios entre los hombres. Se pudo experimentar en tiempos de Jesús. También hoy está presente el “reino de Dios”, se lo percibe en la Iglesia de Cristo, en la cual obra Jesucristo en la palabra y los Sacramentos. Por otro lado, se espera el futuro “reino de Dios”. Estará presente en las “bodas del Cordero”, en el reino de paz y en la nueva creación.

“Arrepentirse” significa apartarse del mal y volverse a Dios. El que se arrepiente, está dispuesto a cambiar su actitud para cumplir la voluntad de Dios.

“Evangelio” significa “alegre mensaje”,“- buena nueva”. Es el mensaje de la gracia, el amor y la reconciliación que Dios nos regala en Jesucristo.

La ley mosaica poseía para el pueblo de Israel un carácter altamente vinculante. Su cumplimiento se consideraba una condición previa para una debida relación del hombre con Dios. Jesús dejó en claro que Él posee una autoridad mayor que Moisés y que es Señor sobre la ley. Jesucristo resumió la ley en un único mandamiento, el de amar a Dios y al prójimo como a sí mismo (cf. Mateo 22:37-40).

“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir”
Mateo 5:17
“Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”
Mateo 22:37-40

Jesús llamó a sus discípulos (cf. Marcos 1:16 ss.). Y de ellos estableció a doce “para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar” (cf. Marcos 3:14).

Discípulos de Jesús son aquellas personas que siguen el Evangelio en palabras y obras.

Los milagros que realizó el Hijo de Dios son múltiples: curación de enfermos, expulsión de espíritus malos, resucitación de muertos, milagros de la naturaleza, milagros de la alimentación, milagros de dádivas.

Jesús realizó milagros para evidenciar la dedicación llena de misericordia de Dios, como el Todopoderoso y el Amante, al hombre que sufre. Los milagros revelan la gloria del Hijo de Dios y su autoridad divina.

Los Evangelios informan que Jesús curó a personas ciegas, paralíticas, sordas y leprosas. Estas curaciones aluden a la naturaleza divina de Jesucristo que actuaba igual a como Dios había dicho de sí mismo ante Israel: “Yo soy Jehová tu sanador” (Éxodo 15:26). Los milagros de curación están siempre estrechamente ligados con la fe de los hombres (comparar por ej. con Lucas 18:35-43).

Los Evangelios informan que Jesús expulsó demonios, los cuales según a las ideas de ese tiempo también provocaban enfermedades, y así curo a las personas. Jesucristo fue reconocido como Señor hasta por los demonios (cf. Marcos 3:11).

Se llama “demonios” en el Nuevo Testamento a espíritu malos, enemigos de Dios, que según la interpretación de la antigüedad buscaban dominar a las personas y también provocaban enfermedades.

Los Evangelios informan de tres casos en los cuales el Señor hizo volver a la vida a seres humanos que estaban muertos: la hija de Jairo (cf. Mateo 9:18-26), el joven de Naín (cf. Lucas 7:13-15) y Lázaro, el hermano de María y Marta (cf. Juan 11:1-44).
El haber resucitado a personas de la muerte evidencia que Jesucristo también es Señor sobre la muerte. Esto al mismo tiempo hace referencia a la esperanza de que una vez los muertos resucitarán para vida eterna.

Jesús tenía poder sobre los vientos y el mar, ellos le “obedecieron” (cf. Mateo 8:27): había una tempestad y cuando Él les ordenó apaciguarse, el viento paró y el agua se aquietó. Así quedó demostrado el poder de Jesús sobre los elementos.
El dominio de Jesús sobre las fuerzas de la naturaleza destaca que el Hijo de Dios también es Creador como Dios, el Padre (cf. Juan 1:1-3).

Todos los Evangelios informan sobre el milagro en el que Jesús sació el hambre a cinco mil personas con cinco panes y dos peces (comparar por ej. con Marcos 6:30-44). Los Evangelios de Mateo y Marcos relatan, además, sobre la alimentación de los cuatro mil (cf. Mateo 15:32-39 y Marcos 8:1-9).
Estos milagros recuerdan que en el peregrinaje por el desierto Dios se ocupó del alimento (maná) de su pueblo. Además, estos hechos hacen referencia a la Santa Cena.

Jesús también hizo milagros en los cuales las personas recibieron una plenitud de dádivas terrenas. Ejemplo de uno de esos milagros de dádivas fue la abundante pesca de Pedro. Este había trabajado junto a otros pescadores durante toda la noche, pero no había pescado nada. Ante la palabra de Jesús los pescadores volvieron a arrojar sus redes y pescaron una cantidad de peces tan grande que sus redes comenzaron a romperse y las barcas casi se hundieron (cf. Lucas 5:1-11).
En las bodas de Caná, Jesús convirtió al agua en vino (cf. Juan 2:1-11). Esto también es un milagro de dávidas y por ende, una señal de la divinidad de Jesucristo.

Jesús predicó a los hombres. Su prédica más conocida es el “Sermón del Monte”, transmitida en el Evangelio de Mateo. Al comienzo del “Sermón del Monte” están las “bienaventuranzas”.

Las bienaventuranzas
“Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo” (Mateo 5:3-11).
Mateo 5:3-11

En el Evangelio de Mateo se encuentran las “bienaventuranzas” del Sermón del Monte de Jesús. En ellas Jesús muestra cómo ser parte del “reino de los cielos” que se ha hecho presente en Él. Los seres humanos son considerados “bienaventurados” (felices) si viven como está mencionado allí.

Reino de los cielos: ver pregunta 135. y ver explicación de la pregunta 135.

En sus prédicas, Jesús a menudo hablaba con parábolas, es decir, relatos simbólicos. Estas historias fueron tomadas del mundo cotidiano de sus oyentes para que las pudiesen entender bien. Con las parábolas Jesús hacía accesibles los contenidos centrales del Evangelio.
Más de cuarenta parábolas fueron transmitidas por los primeros tres Evangelios.

“Todo esto habló Jesús por parábolas a la gente, y sin parábolas no les hablaba; para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Abriré en parábolas mi boca; declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo”
Mateo 13:34-35

Jesús hizo accesibles en las parábolas enunciados centrales sobre el reino de Dios, el mandamiento del amor al prójimo, la actitud del hombre y la venida del Hijo del Hombre.

Reino de Dios: ver explicación de la pregunta 135. Hijo del Hombre: ver pregunta 114.

Jesús lo explicó en la parábola de la semilla de mostaza. Demostró así el modesto comienzo del reino de Dios y su crecimiento.

“El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas. Otra parábola les dijo: El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado”
Mateo 13:31-33

En la parábola de la perla de gran precio se muestra al hombre que reconoce la riqueza escondida en Jesucristo, que lo acepta y deja todo lo demás por Él. Jesús lo subraya en otro pasaje con la exhortación: “Buscad primeramente el reino de Dios …” (Mateo 6:33).

“Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró”
Mateo 13:44-46
“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”
Mateo 6:33

Con la parábola de la oveja perdida, Jesús mostró que Dios se preocupa por todos los hombres, también por aquellos que parecen perdidos. En la parábola del hijo pródigo se demuestra el amor de Dios hacia el pecador.

“Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”
Lucas 15:3-7

Los mandamientos más grandes son amar a Dios y al prójimo. En el relato del buen samaritano, Jesús dio una idea clara de quién es el prójimo y de que el amor al prójimo significa no cerrar los ojos ante la necesidad de los demás, sino proveer ayuda.

Doble mandamiento del amor: ver preguntas 282. ss.

“Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese”
Lucas 10:30-35

La parábola del fariseo y el publicano deja en claro que será hecho justo no aquel que se alabe por lo que puede, lo que tiene y lo que es, sino aquel que se acerque a Dios en humildad y busque gracia.
La parábola del siervo malvado convoca a los que han recibido la gracia de Dios a acoger también a los demás con misericordia. Para aquel que reconoce la grandeza del amor de Dios será una necesidad reconciliarse con el prójimo.

“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”
Lucas 18:9-14
“ Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas”
Mateo 18:21-35

En las parábolas sobre la venida del Hijo del Hombre, Jesucristo habló de su retorno.
Mateo 24:37-39 realiza una comparación entre el tiempo previo al retorno de Jesús y los días de Noé, queriendo expresar que el retorno de Cristo será repentino y sorpresivo.
El mismo mensaje transmite la parábola de las vírgenes prudentes e insensatas (cf. Mateo 25:1-13). Aprendemos de ella a velar y estar preparados para el retorno del Señor.

“Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre”
Mateo 24:37-39
“Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir”
Mateo 25:1-13

En el Evangelio de Juan hay expresiones de Jesús que son llamadas “palabras simbólicas”. En ellas Jesús pone de manifiesto su naturaleza. Siete expresiones destacadas comienzan con las palabras “Yo soy”. En ellas habla de sí mismo simbólicamente como el “pan de vida” (Juan 6:35), la “luz del mundo” (Juan 8:12), la “puerta” para la salvación (Juan 10:9), el “buen pastor” (Juan 10:11) y la “vid” (Juan 15:5). Además Jesucristo se llama a sí mismo “la resurrección” (Juan 11:25) y “el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6).
Todo esto significa que únicamente Jesús abre el acceso a Dios, el Padre, y es el origen de la salvación.

Los doce Apóstoles estuvieron especialmente cerca de Jesús; existía con ellos una relación de confianza particular:

  • Cuando otros discípulos no entendieron a Jesús y ya no lo siguieron, los Apóstoles permanecieron con Él y confesaron que Él era el Cristo (cf. Juan 6:66-69).
  • Solamente lo Apóstoles estaban con Él cuando instituyó la Santa Cena (cf. Lucas 22:14 ss.).
  • Jesús dio a los Apóstoles un ejemplo de servir con humildad cuando Él les lavó los pies (cf. Juan 13:4 ss.).
  • A los Apóstoles se dirigió antes de su muerte en sus palabras de despedida, que nos han sido transmitidas en el Evangelio de Juan 13-16. A ellos les prometió el Espíritu Santo.
  • A los Apóstoles les dio la promesa de su retorno (cf. Juan 14:3).
  • A los Apóstoles se les apareció reiteradamente después de su retorno (cf. Hechos 1:2-3).
  • A los Apóstoles les dio antes de su ascensión el mandato: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:19-20).

“A quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios”
Hechos 1:3
“Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido … Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”
Juan 13:4-5 y 15

El tiempo de padecimiento de Jesús comenzó con su llegada a Jerusalén: “Cuando se acercaban a Jerusalén …, Jesús envió dos de sus discípulos, y les dijo: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego que entréis en ella, hallaréis un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado; desatadlo y traedlo. Y si alguien os dijere: ¿Por qué hacéis eso? decid que el Señor lo necesita … Y trajeron el pollino a Jesús, y echaron sobre él sus mantos, y se sentó sobre él. También muchos tendían sus mantos por el camino, y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían por el camino. Y los que iban delante y los que venían detrás daban voces, diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Marcos 11:1-9). A pesar del júbilo, Jesucristo sabía que el ambiente en el pueblo cambiaría pronto y que debería recorrer el camino a la cruz.

El tiempo de padecimiento de Cristo muchas veces es llamado con la palabra “pasión” que proviene del latín “passio”, que significa “padecimiento”. “Pollino”: se llama así a un asno joven.

“Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”
Zacarías 9:9

Jesús purificó el templo echando fuera a vendedores y cambistas. Con ello dejó en claro que el templo, la casa de Dios, es santo y no es un lugar para hacer negocios. En Betania, Jesús fue ungido con un valioso perfume de nardo. Según sus palabras, eso aconteció en vista de su inminente muerte, porque los muertos en aquel tiempo eran ungidos con aceite de mucho precio (cf. Marcos 14:8).
Jesús tenía muchos enemigos entre los fariseos y saduceos, entre los que se contaban los sacerdotes. Lo querían matar. Por eso su situación era cada vez más peligrosa.

Perfume de nardo: El nardo es una planta que crece en la región del Himalaya (por ej. India, Bután, Nepal). De su raíz se extraía un jugo muy aromático que era mezclado con el aceite de la unción. El nardo ya antiguamente se exportaba a la región del Mar Mediterráneo. Como venía de tan lejos, era muy caro.
Los fariseos y los saduceos representaban los grupos religiosos más conocidos del judaísmo en tiempos de la actividad de Jesús.
Los fariseos intentaban cumplir estrictamente las disposiciones de la ley mosaica a fin de lograr méritos ante Dios por medio de las obras. En los Evangelios muchas veces se critica esta forma de devoción que puede conducir a vanidad e hipocresía. De los fariseos se desarrolló el actual judaísmo.
Los saduceos rechazaban la fe en los ángeles y la resurrección de los muertos. Les pertenecían ante todo las capas ricas de la población y los sacerdotes del templo de Jerusalén. Después de la destrucción del templo, la orientación saducea del judaísmo se disolvió. Además de los fariseos y los saduceos, estaban los esenios como el tercer grupo de importancia dentro del antiguo judaísmo.

Uno de los doce Apóstoles, Judas Iscariote, fue antes de la fiesta de Pascua a los enemigos de Jesús. “Entonces … Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré?” (Mateo 26:14-16). Le asignaron treinta piezas de plata. Era un importe que se pagaba en general por un esclavo. De manera tal, se cumplió una palabra del profeta Zacarías (cf. Zacarías 11:12-13). El Señor fue puesto al mismo nivel que un esclavo (cf. Éxodo 21:32).

“Y les dije: Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo. Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata. Y me dijo Jehová: Echalo al tesoro; ¡hermoso precio con que me han apreciado! Y tomé las treinta piezas de plata, y las eché en la casa de Jehová al tesoro”
Zacarías 11:12-13

Para la fiesta de Pascua, el Señor estaba reunido con los doce Apóstoles festejando con ellos la cena de Pascua. También estaba presente Judas Iscariote, quien antes había estado con los enemigos de Jesús y lo había traicionado.
Cuando estaban sentados a la mesa, el Señor instituyó la Santa Cena: “Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26:26-28).
Durante esa comida, Jesús señaló a quien lo traicionaría, Judas Iscariote. Este entonces dejó la comunión. Salió, “y era ya de noche” (Juan 13:30).

Santa Cena: ver preguntas 494. ss.

Después de la cena, Jesús fue con los once Apóstoles que quedaban al huerto de Getsemaní. Su temor ante la muerte en la cruz que se avecinaba permite reconocer la naturaleza humana del Hijo de Dios. Se puso de rodillas e imploró en la oración: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). El Señor se colocó totalmente bajo la voluntad de su Padre, estuvo dispuesto para ofrecer el sacrificio. Luego se le apareció un ángel que lo fortaleció (cf. Lucas 22:43), pero los Apóstoles dormían. Poco después Jesús fue arrestado.

Mientras Jesús pedía a los Apóstoles que velaran con Él, llegó mucha gente armada, de parte de los principales sacerdotes. Judas Iscariote los condujo hasta Jesús y lo delató con un beso: “Al que yo besare, ése es; prendedle” (Mateo 26:48).

“Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”
Mateo 26:40-41

Simón Pedro desenvainó la espada para proteger a Jesús y le cortó una oreja al siervo de un sumo sacerdote (cf. Juan 18:10). Pero Jesús lo retuvo y curó al siervo.
Jesús no hizo uso de su poder divino, sino que se dejó prender. Entonces los Apóstoles lo abandonaron y huyeron. Cuando Simón Pedro esa noche fue abordado y le fue dicho que era un discípulo de Jesús, él lo desmintió. Negó al Señor tres veces.

“Pedro estaba sentado fuera en el patio; y se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús el galileo. Mas él negó delante de todos, diciendo: No sé lo que dices. Saliendo él a la puerta, le vio otra, y dijo a los que estaban allí: También éste estaba con Jesús el nazareno. Pero él negó otra vez con juramento: No conozco al hombre. Un poco después, acercándose los que por allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre. Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre. Y en seguida cantó el gallo. Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente”
Mateo 26:69-75

No, Jesús también conocía las debilidades humanas de sus Apóstoles, pero no se las reprochó. Después de su resurrección se presentó ante ellos con el saludo de paz.

El concillio, los principales sacerdotes y escribas, condenó a muerte a Jesús por blasfemia. Se consideró blasfemia el hecho de que se había confesado como el Hijo de Dios.

Después de que Jesús fue condenado a muerte, Judas Iscariote se arrepintió de su traición y devolvió las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes. Estos no quisieron tener nada que ver con él. Entonces arrojó el dinero en el templo, se fue y se ahorcó (cf. Mateo 27:1-5).

Después de que Jesús fue condenado por el concilio –la máxima autoridad en Judea–, fue interrogado por el gobernador romano Poncio Pilato. Este era competente ya que en ese entonces los judíos estaban dominados por los romanos. Pilato declaró inocente a Jesús y lo entregó a Herodes (con el apodo Antipas), el rey de los judíos. Ya que los judíos tenían prohibida la ejecución de la pena de muerte por parte de los romanos, Herodes volvió a enviar a Jesús a Pilato. Este hizo azotar a Jesús. El pueblo exigía la crucifixión de Jesús y lo culpaba de haberse levantado como el “Rey de los judíos” en contra del emperador romano. Esto era castigado con la pena de muerte (cf. Juan 19:12).
Pilato creía conocer un camino para dejar a Jesús en libertad: ya que en la fiesta de Pascua podía indultarse a un condenado, debía decidir el pueblo, si dejar libre a Jesús o al malhechor Barrabás. El pueblo, instigado por los sacerdotes y ancianos, eligió a Barrabás. A fin de expresar que él no era responsable de lo que vendría, Pilato se lavó las manos delante del pueblo y dijo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo …” (Mateo 27:24). Hizo azotar nuevamente a Jesús y lo entregó a los soldados para ser crucificado.

El nacimiento de Jesús tuvo lugar durante el período de gobierno de Herodes I. Cuando Jesús fue llevado ante Poncio Pilato, gobernaba en Galilea Herodes Antipas, hijo de Herodes I. En la antigüedad, los azotes eran un castigo físico y un método de tortura, por el cual la gente era martirizada por sus verdugos con látigos, varas o una caña. Los Evangelios informan de los azotes a los que fue sometido Jesús y en los Hechos de los Apóstoles se informa de azotes que tuvieron que soportar los Apóstoles.

Jesús sufrió todos los maltratos, humillaciones e injurias en silencio. También cuando se le colocó como afrenta una corona de espinas sobre su cabeza, lo soportó con total nobleza.

Jesús fue clavado en la cruz en Gólgota. Con Él fueron crucificados dos malhechores. La cruz de Jesús estaba en el medio. Aquí se cumplió la profecía de Isaías 53:12: el Señor fue contado con los pecadores, es decir, fue tratado como un pecador. Los duros padecimientos de Jesús desembocaron en una terrible lucha de muerte hasta que tras unas horas finalmente murió.

La crucifixión era una forma de ejecución habitual en la antigüedad, por medio de la cual el condenado a propósito debía morir lenta y dolorosamente. A tal efecto se lo ataba o clavaba en un poste vertical –con o sin viga transversal– .

Por la participación del gobernador romano, la condena y ejecución de Jesús ya no es únicamente asunto del pueblo judío, también los gentiles toman parte.
Todos los seres humanos de todos los tiempos son pecadores y llevan sobre sí la carga de la culpa. Por eso, finalmente, todos los seres humanos son culpables de la muerte de Jesús.

Tradicionalmente las últimas palabras de Jesús, que han sido transmitidas en los Evangelios de diferentes formas, se ordenan de la siguiente manera:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Jesús intercedió por todos los que lo habían llevado a la cruz y que no eran conscientes de la trascendencia de su acción.
Aquí Jesús cumplió en forma perfecta el mandamiento de amar al enemigo (cf. Mateo 5:44-45 y 48).
“De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).
Jesús se dirigió al malhechor arrepentido que le pidió por gracia y lo reconoció como el Salvador. Como “paraíso” se entiende aquí el lugar en el más allá donde se encuentran los devotos y justos.
“Mujer, he ahí tu hijo.” – “He ahí tu madre” (Juan 19:26-27).
Jesús confió su madre María al Apóstol Juan. Aquí se ve el desvelo y el amor de Cristo, quien a pesar de su propia necesidad se dirigió al prójimo.
En la tradición cristiana, María es interpretada como el símbolo de la Iglesia que es colocada bajo la custodia del ministerio de Apóstol, representado por el Apóstol Juan.
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34).
Con estas palabras de Salmos 22, los judíos devotos se dirigen a Dios cuando
están próximos a morir. Se lamentan por un lado, por sentir su distancia, pero por el otro, dan testimonio de su fe en el poder y la gracia de Dios. También Jesús utilizó esta expresión habitual entre los hombres que enfrentaban la angustia de la muerte.
“Tengo sed” (Juan 19:28).
En la lucha de la muerte, Jesús tuvo sed y quiso algo de beber.
Esta palabra está conectada con Salmos 69:21: “Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre”. Esto también explica que Jesús tuvo que beber la “copa del padecimiento” hasta acabarse, es decir que tuvo que padecer hasta el final. “Consumado es” (Juan 19:30).
Era alrededor de la novena hora, es decir, temprano por la tarde, cuando fueron pronunciadas estas palabras. Jesús había ofrecido el sacrificio para redención de los hombres.
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46).
De esta cita queda en claro que Jesucristo confió plenamente en su Padre también en el instante de la muerte.

Cuando Jesús murió en la cruz, la tierra tembló y las rocas se partieron. El velo del templo que separaba el santísimo, se rasgó por la mitad. Esto señala que con la muerte de Jesucristo ya no es necesario el servicio de las ofrendas del antiguo pacto. Por su sacrificio está abierto el camino a Dios.
Cuando el centurión romano y sus soldados que cuidaban a Jesús en la cruz, sintieron que la tierra temblaba, exclamaron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mateo 27:54). Así, también los gentiles atestiguaron que Jesús es el Hijo de Dios.

Antiguo pacto / nuevo pacto: En el monte Sinaí Dios concertó un pacto con el pueblo de Israel, los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. La señal del antiguo pacto fue la circuncisión. También pertenece al antiguo pacto la ley mosaica, en la cual se expresa la voluntad de Dios. Con la muerte de Jesús en sacrificio se origina el nuevo pacto. Este nuevo pacto ya no es sólo para los judíos, sino para todas las personas. Por el Bautismo con Agua se logra tener parte en el nuevo pacto.

José de Arimatea, que formaba parte del concilio, pidió a Pilato el cuerpo de Jesús para sepultarlo. Junto con Nicodemo, quien una vez había sido instruido por el Señor (cf. Juan 3:1-2), pusieron el cuerpo en un sepulcro en la roca que nunca había sido usado. Delante del sepulcro se hizo rodar una piedra. Los principales sacerdotes lo hicieron custodiar por guardias para evitar que los discípulos de Jesús se llevasen el cuerpo.

“Al día siguiente, que es después de la preparación, se reunieron los principales sacerdotes y los fariseos ante Pilato, diciendo: Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos de noche, y lo hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos. Y será el postrer error peor que el primero. Y Pilato les dijo: Ahí tenéis una guardia; id, aseguradlo como sabéis. Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia”
Mateo 27:62-66

Dios, el Hijo, adquirió condición de hombre en Jesús y vino al mundo para cargar sobre sí los pecados de los hombres. Ofreció el sacrificio con amor divino para salvar de la muerte a la humanidad. El poder de la muerte es grande, pero más grande es el poder del amor divino que se evidencia en que Jesucristo entregó su vida.

Salvación de la muerte espiritual / redención: ver preguntas 89.-90.; 108.-109.; 215.-216.

“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”
Juan 15:13

La muerte de Jesús en sacrificio es la base para una nueva relación del hombre con Dios. El hombre pecador puede volver a encontrar a Dios.

Sí, Isaías 53:3-5 describe a un siervo de Dios que es humillado y que debe padecer. Allí dice: Él es “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto […] Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores […] El castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. Estas son referencias al padecimiento de Jesucristo y su muerte en sacrificio.

Sí, Jesús hizo referencia reiteradamente a su padecimiento y su muerte y también a su resurrección.
Después de que Pedro le había dicho a Jesús: Tú eres “el Cristo de Dios”, Jesús aludió a su venidero padecimiento y su muerte: “Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día” (Lucas 9:22).
Fue similar lo expresado por Jesús a continuación de lo sucedido en el Monte de la Transfiguración: “El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; pero después de muerto, resucitará al tercer día” (Marcos 9:31).
Antes de entrar en Jerusalén dijo a los Apóstoles: “El Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; mas al tercer día resucitará” (Mateo 20:18-19).
A los escribas y fariseos Jesús les dijo que resucitaría después de tres días. A tal efecto se remitió a la historia del profeta Jonás: “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mateo 12:40).

En 2 Corintios 5:19 se describe el significado del sacrificio de Jesús en la cruz de la siguiente manera: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo”. En 1 Juan 3:16 dice: “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros”.
En las discusiones sobre las doctrinas falsas que negaban la condición de hombre de Jesucristo y su resurrección, el Apóstol Pablo aclaró “que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:3-4).

La cruz de Cristo es la señal de que Dios se reconcilia con el hombre pecador. En la antigüedad, la muerte en la cruz era considerada una derrota: un humillante final de alguien despreciado y excluido de la sociedad humana. Pero en Jesús la aparente derrota es en realidad una victoria: por la muerte en la cruz realizó una Obra de Redención incomparable.

“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”
1 Corintios 1:18

Después de morir, Jesucristo fue al reino de la muerte. En 1 Pedro 3:18-20 dice que el Hijo de Dios después de su muerte en la cruz predicó a aquellos que habían desobedecido en tiempos de Noé. Lo hizo para ofrecer la salvación: “Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios” (1 Pedro 4:6).
Así como el Hijo de Dios sobre la tierra se había dirigido a los pecadores, también lo hizo ante los muertos. Desde que ofreció el sacrificio, también para los muertos es posible la redención.

“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua”
1 Pedro 3:18-20

La resurrección de Jesucristo es obra del trino Dios:

  • Por un lado, aquí se revela el poder de Dios, el Padre. Él resucitó a Jesús de los muertos: “El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero” (Hechos 5:30).
  • Por otro lado, se cumplen las palabras de Dios, el Hijo: “Tengo poder para ponerla [mi vida], y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10:18).
  • Finalmente, se da testimonio del obrar de Dios, el Espíritu Santo: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:11).

El hecho de que Jesucristo haya resucitado de los muertos, muestra el poder de Dios sobre la muerte.

Jesucristo resucitó sin que ningún ser humano haya sido testigo ocular de este hecho. Sin embargo, la Sagrada Escritura informa de muchos testimonios sobre la resurrección del Hijo de Dios. Uno de estos testimonios es la sepultura vacía. Otras pruebas son las diferentes apariciones del Resucitado en los cuarenta días entre su resurrección y su ascensión: son personas mencionadas concretamente, a las que se mostró y que lo reconocieron.
La resurrección de Jesucristo no es la expresión de un deseo de sus seguidores, sino que es un hecho verdadero. Efectivamente tuvo lugar.

“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles”
1 Corintios 15:3-7

Jesucristo resucitó. Por eso el creyente tiene una fundada esperanza en su propia resurrección y en la vida eterna: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:20-22).
La fe en la resurrección de Jesucristo es necesaria porque a través de su resurrección queda demostrado que Jesucristo es el Salvador del mundo (cf. 1 Corintios 15:14).

Salvador: ver pregunta 108.; también preguntas 110. ss.

El Jesús resucitado se apareció en varias ocasiones a sus discípulos y discípulas. Aquí algunos ejemplos:
María Magdalena y otras mujeres fueron las primeras testigos del Resucitado. “He aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron” (Mateo 28:9).
El Resucitado acompañó a los discípulos que iban a la aldea de Emaús. Al principio ellos no lo reconocieron. Les explicó las Escrituras y finalmente partió con ellos el pan, de modo que lo reconocieron (cf. Lucas 24:13-35).
En la noche del día de su resurrección, Jesús se presentó entre sus discípulos. Como Resucitado y Señor sobre muerte y pecado confirió a los Apóstoles la autoridad para hacer accesible el perdón de los pecados a los hombres: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Juan 20:19-23).
En otra ocasión, el Señor se apareció a algunos de sus discípulos en el mar de Tiberias y dio al Apóstol Pedro el encargo de “apacentar los corderos y las ovejas de Cristo”, es decir, cuidar a todos los miembros de la comunidad (servicio de Pedro; cf. Juan 21:15-17).
El Señor resucitado se mostró a sus Apóstoles “vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios” (Hechos 1:3).
El Apóstol Pablo escribió en 1 Corintios 15:6 que el Jesús resucitado fue visto por más de quinientos hermanos a la vez.

Perdón de los pecados: ver explicaciones de la pregunta 415.; preguntas 645. ss. Servicio de Pedro: ver pregunta 457. y explicación de la pregunta 457.

“Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro)”
Juan 20:11-16

Los principales sacerdotes se enteraron de la resurrección de Jesucristo. Sobornaron a los soldados con dinero diciendo: “Decid vosotros: Sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos” (Mateo 28:13).

El cuerpo de resurrección es quitado de la temporalidad y la mortalidad; no está atado a espacio ni tiempo. El cuerpo de resurrección de Cristo no es un cuerpo que se enferma, envejece y alguna vez muere. Es un cuerpo glorificado.
Con este cuerpo glorificado se presentó Jesucristo entre sus discípulos. Pasó a través de puertas cerradas, partió el pan con los discípulos, les mostró las marcas de las heridas de la crucifixión y comió con ellos. Con esto puso en claro que no era un “espíritu”, sino que estaba físicamente presente en medio de ellos como Jesucristo.
“Resurrección” no significa un regreso a la existencia terrena.

Resurrección: ver preguntas 535. y 559.

“Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos … , vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros”
Juan 20:19
“Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies”
Lucas 24:39-40

Cuarenta días después de su resurrección, Jesucristo ascendió al cielo. Hay testigos oculares de ello: Después de hablar con sus Apóstoles y bendecirlos, fue alzado y una nube lo ocultó de sus ojos. Estando ellos todavía mirándole, se pusieron junto a ellos dos ángeles y dijeron: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:11).

“Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre”
Juan 16:28

Jesucristo regresó al Padre. Él “se sentó a la diestra de Dios” (Marcos 16:19).

El que en la antigüedad estaba parado o sentado del lado derecho de un soberano, tomaba parte de su poder y autoridad: La imagen de que Jesucristo está sentado a la diestra de Dios hace referencia, entonces, a que Él es partícipe de la plenitud del poder y de la gloria de Dios.
En el futuro Jesucristo quiere compartir esta gloria con los suyos. Así oró Jesús en la oración sacerdotal: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado” (Juan 17:24). Este ruego se cumplirá cuando Jesucristo arrebate junto a Él a los suyos de los muertos y los vivientes para estar con Él eternamente.

Arrebatamiento: ver preguntas 559. ss.

“Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”
1 Tesalonicenses 4:15-17

Sí, a través del Espíritu Santo, que es la tercera persona de la divinidad y actualmente está activo en la Iglesia, Jesucristo está presente sobre la tierra aun después de su ascensión. Así Jesucristo cumple su promesa: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).

Espíritu Santo: ver preguntas 197. ss.

Jesús expresó a sus discípulos: “Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3). Jesucristo vendrá otra vez. Esta vez como Novio.
En su retorno como Novio llevará con Él a aquellos de los muertos y los vivos que hayan recibido el don del Espíritu Santo y se hayan dejado preparar en la comunidad nupcial para este acontecimiento. El retorno de Cristo está cerca.

Esperanza en el futuro: ver preguntas 549. ss.

El acontecimiento del retorno de Jesucristo es llamado “día del Señor”, “día de Cristo”, “futuro de nuestro Señor”, “revelación de la gloria de Cristo”, “aparición”, “ venida del Señor”, “retorno de Cristo”.
Este acontecimiento no es el juicio final, sino que será llevada la novia de Cristo a las bodas del Cordero.

“Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado”
Apocalipsis 19:7

En el Nuevo Testamento especialmente las epístolas de los Apóstoles confirman la promesa del retorno de Cristo. Su primera epístola a la iglesia de Corinto el Apóstol la termina con el saludo: “Maran- ata”, esto significa: “El Señor viene” (cf. 1 Corintios 16:22).
El Apóstol Santiago pide tener paciencia hasta la venida del Señor, “porque la venida del Señor se acerca” (Santiago 5:8). La epístola a los Hebreos también exhorta a ser pacientes: “Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará” (Hebreos 10:37).
La segunda epístola de Pedro (cf. 2 Pedro 3:9) está dirigida en contra de todos los que niegan que Jesucristo vendrá otra vez. Esta epístola incluso excluye la posibilidad de que el cumplimiento de la promesa de su retorno se retarde.

El Espíritu Santo es verdadero Dios. Es la tercera persona de Dios que con el Padre y el Hijo es adorado como Señor y Dios. El Espíritu Santo procede de Dios, el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo vive eternamente en comunión con ellos y, como ellos, está activo universalmente.

“Universal”: Las personas de la divinidad no sólo están activas en un lugar o limitadamente, sino siempre y en todas partes, donde ellas quieren, en esta tierra o en el mundo de allende.

El Espíritu Santo se muestra como persona de la Trinidad Divina enviando –al igual que Dios, el Hijo– a personas para transmitir el Evangelio. Hechos 13:4 informa: “Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre”. Cuando alguien está oprimido, el Espíritu Santo está junto a aquel que se confiesa al Señor: “No os preocupéis por ... qué habréis de decir; porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir” (Lucas 12:11-12). El Espíritu Santo enseña a los enviados de Dios: “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:10).

Trinidad: ver preguntas 51. y 61. ss.

El Espíritu Santo también es llamado “Espíritu de Dios”, “Espíritu del Señor”, “Espíritu de verdad”, “Espíritu de [Jesu] Cristo”, “Espíritu de su Hijo” y “glorioso Espíritu de Dios”: Jesús habló del Espíritu Santo como el Consolador y sostén divino.

Jesucristo es Consolador, sostén y abogado de los suyos. En sus palabras de despedida previas a su prendimiento y crucifixión, prometió el Espíritu Santo como futuro Consolador y ayuda: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16). El Espíritu Santo acompaña a los creyentes, está a su lado en todas las situaciones de la vida.

El Espíritu Santo hace comprensible lo que agrada a Dios y lo que se contradice con su voluntad. Como Espíritu de verdad distingue la verdad de la mentira. El Espíritu Santo se ocupa de que sea guardado y difundido el mensaje del sacrificio, la resurrección y el retorno de Cristo a través del tiempo.

“Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí”
Juan 15:26

La locución “poder desde lo alto” remite a la poderosa intervención de Dios en la actividad del Espíritu Santo. Como “popoder desde lo alto” (Lucas 24:49), el Espíritu Santo conmueve y llena a la persona y la fortalece en sus esfuerzos para vivir conforme al agrado de Dios y para prepararse para el retorno de Cristo.

El obrar del Espíritu Santo se evidencia en que Dios adquirió en Jesucristo la condición de hombre: el Espíritu Santo vino sobre María (cf. Lucas 1:35) y ella concibió.
Además reconocemos que el Espíritu Santo está activo en el hecho de que proporciona al hombre una mirada a la verdad divina (revelaciones y reconocimientos). Al respecto dijo Jesús: “El Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). De modo tal, experimentamos hoy la actividad del Espíritu Santo en la prédica, ante todo en mantener viva la promesa de Jesucristo de que vendrá otra vez.
Los Apóstoles cumplen su tarea porque están llenos del Espíritu Santo. “Y [Jesús] habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22).

Se debe diferenciar entre el Espíritu Santo como persona de la divinidad y el Espíritu Santo como don de Dios.
El Espíritu Santo como don de Dios es un regalo de Dios y un poder que proviene del trino Dios. El creyente que recibe este don, al mismo tiempo es colmado del amor de Dios.
Los bautizados que reciben el Espíritu Santo como don de Dios, se convierten en hijos de Dios.

Espíritu Santo: ver preguntas 198. ss. Hijo de Dios: ver explicaciones de la pregunta 530. Santo Sellamiento: ver preguntas 515. ss.

Dios concede el don del Espíritu Santo mediante imposición de manos y oración de un Apóstol, como lo demuestra por ejemplo el hecho acontecido en Samaria.

“Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo”
Hechos 8:14-17

Sí, cuando en el Antiguo Testamento leemos del “Espíritu de Dios”, se refiere al Espíritu Santo. Sin embargo, no es presentado como persona divina.

Sí, la Sagrada Escritura provee múltiples testimonios de la actividad del Espíritu Santo en el tiempo del Antiguo Testamento. El Espíritu Santo impulsó a los hombres a ser herramientas conforme a la voluntad divina. Estuvo activo por ejemplo en los profetas veterotestamentarios y habló a través de ellos. El Espíritu Santo dio promesas referentes a la venida del Mesías.

No, en el tiempo del Antiguo Testamento el Espíritu Santo estuvo en los hombres sólo temporalmente. El Espíritu Santo como don sacramental recién pudo ser recibido después de la muerte de Jesucristo en sacrificio.

Espíritu Santo como don sacramental: ver preguntas 428.; 440. y 523. ss.

Cincuenta días después de Pascua, en Pentecostés, fue derramado el Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús reunidos en Jerusalén.

La Biblia informa: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2:1-4).
El Espíritu Santo llenó a los Apóstoles y a todos los que estaban con ellos, en forma permanente como don, como fuerza desde lo alto (cf. Lucas 24:49).

Sí, el Espíritu Santo está activo hasta la actualidad. A través de Él experimentamos la presencia de Dios.
El Señor mismo se refirió a la futura actividad del Espíritu Santo: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad. […] Hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Juan 16:13).

El Espíritu Santo está activo allí donde se cree en Jesucristo, donde uno se confiesa a Él como su Señor y se lleva una vida conforme a su voluntad.

Sí, las tres personas divinas están activas en los Sacramentos. Así, siempre que obra el trino Dios, participa el Espíritu Santo como persona de la divinidad.
Los Sacramentos son dispensados en el nombre y por el poder del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por eso los Sacramentos tienen el poder de transmitir salvación.

Sacramentos: ver preguntas 472. ss.

Los Apóstoles son enviados por Jesucristo. A través de ellos ofrece salvación a los hombres. Ellos ejercen su ministerio en el poder del Espíritu Santo. Esto repercute en la dispensación de los Sacramentos, en el anuncio del perdón de los pecados y en la difusión del Evangelio, así como en mantener vigente la promesa del retorno de Cristo. De esa manera se realiza la preparación de la novia de Cristo para el retorno de Jesucristo.

Novia de Cristo (comunidad nupcial): ver preguntas 387.; 555. y 561. ss.