El Catecismo en preguntas y respuestas

05. Mandamientos de Dios

Dios ha dado mandamientos al hombre. En ellos anuncia su voluntad en bien de la humanidad. Los mandamientos expresan cómo debe ser la relación del hombre con Dios. Además constituyen el fundamento para un buen trato mutuo entre las personas.

Quien con fe reconoce a Dios como el Todopoderoso, Omnisciente y lleno de amor, pregunta cuál es su voluntad y aspira a que sus pensamientos y sus obras sean acordes a la voluntad de Dios, y por ende también a sus mandamientos.
Reconociendo que Dios ha dado los mandamientos por amor al hombre, este no los cumple por temor al castigo, sino por amor a Él.

A la pregunta de cuál es el “gran mandamiento en la ley”, Jesús respondió con dos citas de la ley mosaica: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:36-40). El mandamiento de amar a Dios y al prójimo también es llamado el “doble mandamiento del amor”.

Amor al prójimo: ver también pregunta 155.

El amor del hombre a Dios se fundamenta en el amor de Dios al hombre. El hombre quiere retribuir este amor: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19).

El amor a Dios debe caracterizar la naturaleza del hombre y determinar su conducta.
Amar a Dios es un mandamiento que comprende al hombre íntegramente y exige su total disposición: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Marcos 12:30). Esto implica entregarse a Dios por completo.

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos12:31; cf. Levítico 19:18).

El mandamiento convoca a tratar con amor a todos nuestros semejantes. Le coloca límites claros al egoísmo.
En la parábola del buen samaritano (cf. Lucas 10:25-37), Jesús demuestra que el amor al prójimo significa ser misericordioso y obrar en forma acorde.
Cuán consecuente fue Jesús cuando se refirió a esto, surge de su exhortación de amar incluso al enemigo.

“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo (Levítico 19:18), y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos” Mateo 5:43-45

El ejemplo del buen samaritano demuestra que el prójimo es, por un lado, el necesitado. Por otro lado, el prójimo es aquel que ayuda. Por lo tanto, el prójimo pueden ser todas las personas con las que nos relacionamos.

Además de la parábola del buen samaritano, Jesús sintetizó lo básico sobre el amor al prójimo en la así denominada “regla de oro”.

El concepto “regla de oro” fue acuñado en el siglo XVII en Europa para el enunciado de Mateo 7:12. La “regla de oro” es hoy, también fuera del cristianismo, un principio muy difundido en la convivencia de las personas.

Se entienden como la “regla de oro”, las palabras del Señor pronunciadas en el Sermón del Monte: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mateo 7:12).

Lo que Jesús enseñó a sus Apóstoles también es válido para la comunidad: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado […]. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:34-35). Esta exhortación a sus discípulos va más allá de la “regla de oro”.
El mandamiento del amor al prójimo que pide dedicarse a los semejantes y ayudarlos en situaciones de necesidad, debe ser demostrado ante todo en la comunidad: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10). Todos los que pertenecen a la comunidad tienen el deber de tratarse recíprocamente con entrañable misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre y paciencia.

El “amor recíproco” capacita para aceptar al hermano y la hermana como son (cf. Romanos 15:7) y evita el ser irreconciliable, los prejuicios y el menosprecio. Es una fuerza que hace manternerse unidos en la comunidad, despierta compasión y comprensión del uno con el otro y fomenta la disposición a ayudarse.

De la “preeminencia del amor”: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” 1 Corintios 13:4-7

El primer mandamiento: “Yo soy el Señor, tu Dios. No tendrás dioses ajenos delante de mí.”
El segundo mandamiento: “No tomarás el nombre de tu Dios en vano, porque no dará por inocente el Señor al que tomare su nombre en vano.”
El tercer mandamiento: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo.”
El cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre para que te vaya bien y se alarguen tus días en la tierra.”
El quinto mandamiento: “No matarás.”
El sexto mandamiento: “No cometerás adulterio.”
El séptimo mandamiento: “No hurtarás.”
El octavo mandamiento: “No hablarás falso testimonio contra tu prójimo.”
El noveno mandamiento: “No codiciarás la casa de tu prójimo.”
El décimo mandamiento: “No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, su criada, su buey, su asno o cosa alguna de tu prójimo.”

La denominación “Diez Mandamientos” o bien “decálogo” se deriva de la formulación bíblica original “diez palabras" (“deka logoi”) de Éxodo 34:28 y Deuteronomio 10:4. La Biblia determina la cantidad de los mandamientos en diez, pero no los numera. La enumeración usual en la Iglesia Nueva Apostólica se remonta a una tradición que tiene su origen en el siglo IV después de Cristo.

Dios dio los Diez Mandamientos a través de Moisés al pueblo de Israel en el monte Sinaí (cf. Éxodo 19:20). Fueron escritos en tablas de piedra.

Los Diez Mandamientos regularon la conducta de los israelitas tanto frente a Dios como entre ellos. El anuncio de los Diez Mandamientos es parte del pacto que Dios concertó con el pueblo de Israel. Cumplir los mandamientos resultaba obligatorio para los israelitas y era bendecido por Dios. Ya los niños en el pueblo de Israel los aprendían de memoria.
Los Diez Mandamientos mantuvieron hasta el día de hoy su gran importancia para el judaísmo.

“Y él os anunció su pacto, el cual os mandó poner por obra; los diez mandamientos, y los escribió en dos tablas de piedra”
Deuteronomio 4:13

Sí, Jesús ratificó los Diez Mandamientos. Algunos incluso los ahondó, dándoles a los mandamientos un sentido nuevo, más profundo y ampliando su ámbito de aplicación original.
Sus Apóstoles finalmente dejaron en claro que la violación de uno solo de los mandamientos significa la violación de toda la ley: “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10).

“Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio”
Mateo 5:21-22
“Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”
Mateo 5:27-28

En los Diez Mandamientos, Dios se dirige a todos los seres humanos. Cada individuo es responsable ante Dios de su conducta y de qué vida lleva.

Los mandamientos de Dios están por encima de las leyes estatales. Lo único decisivo para determinar si son transgredidos los mandamientos de Dios es la voluntad de Dios y no la del legislador.

Toda transgresión de los mandamientos de Dios es pecado. El pecado hace que el hombre sea culpable ante Dios. La medida de culpa que conlleva el pecado, puede ser diferente. Únicamente Dios determina qué grande es la culpa. En algunos casos puede ocurrir que un pecado casi no genere culpa ante Dios.

Relación entre pecado y culpa: ver pregunta 230. y explicación de la pregunta 230.

Amar a Dios y al prójimo en forma perfecta significaría haber cumplido toda la ley (cf. Romanos 13:8 y 10). Sólo a Jesucristo le fue posible.

Ley: ver preguntas 138. y 271. ss.

“Yo soy el Señor, tu Dios. No tendrás dioses ajenos delante de mí.”

El primer mandamiento significa que Dios es Señor sobre todo. Él, el Creador de todas las cosas, es el único a quien corresponde adorar y honrar. A su voluntad se debe obedecer.

En los países que rodeaban a Israel imperaba el politeísmo. Con el primer mandamiento Dios puso en claro que Él es el único Dios. Por lo tanto, sólo a Él le corresponde adoración; únicamente a Él se debe servir. “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:4-5).

Monoteísmo: ver explicación de la pregunta 53.

El término “politeísmo” proviene de las palabras griegas “poly” y “theos”, cuyo significado es “mucho” y “Dios”, y hace referencia a la adoración de varias deidades. Incluso el rey Salomón, cuando era mayor, se apartó del Dios viviente y ofrendó a los ídolos de los moabitas y los amonitas (cf. 1 Reyes 11:7-8)

Toda honra o adoración de aquello que el hombre considera como una deidad – excepto Dios, el Creador–, sean seres vivos, manifestaciones de la naturaleza, objetos, seres espirituales verdaderos o inventados, es pecado.
Consiguientemente se transgrede el primer mandamiento, por ejemplo considerando estatuas, figuras de animales, piedras, amuletos, así como los astros, montañas, árboles, el fuego, las tormentas, etc. como si fueran dioses.
También la fabricación y adoración del becerro de oro en tiempos del Antiguo Testamento, representa una transgresión de este mandamiento de Dios:
“Entonces todo el pueblo apartó los zarcillos de oro que tenían en sus orejas, y los trajeron a Aarón; y él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (Éxodo 32:3-4).

En Éxodo 20:4-5 se prohibe toda confección de imágenes de lo creado por Dios: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás”.
La prohibición de elaborar y adorar imágenes debe ser considerada en razón de que había imágenes y estatuas que eran veneradas y adoradas como deidades.

No, no está prohibido producir imágenes, esculturas, fotografías o presentaciones fílmicas, pero las mismas no deben ser adoradas ni honradas.

El primer mandamiento dice que únicamente hay un Dios. Es el trino Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el Nuevo Testamento, este mandamiento no se refiere sólo a Dios, el Padre, sino también a Jesucristo y al Espíritu Santo.

Trinidad: ver preguntas 61. ss.

El primer mandamiento nos induce a
honrar a Dios por amor. Esta honra a
Dios se lleva a cabo con adoración, obediencia y temor de Dios. El temor de Dios surge del amor a Dios. No es expresión de miedo, sino de humildad, amor y confianza en Dios.
Se debe aceptar a Dios así como Él se ha presentado en el mundo: en Jesucristo (cf. Juan 14:9).
Es una violación de este mandamiento, volverse en cierta medida como un dios, en cuanto a poder, honor, dinero, ídolos o también personalmente, al cual debe estar subordinado todo lo demás. Hacerse una imagen de Dios según los propios deseos e ideas, viola igualmente el primer mandamiento. Del mismo modo, transgrede este mandamiento cuando en estatuas, árboles, manifestaciones de la naturaleza, etc. se ven dioses. Además constituyen acciones contra el primer mandamiento el satanismo, la adivinación, la magia, la brujería, la invocación de espíritus y la nigromancia.

El término “magia” proviene del griego y se asocia con “hechicería”, “ilusión”, “fascinación”. Forma parte de la magia la idea de que a través de ciertos actos (rituales) y/o palabras (fórmulas mágicas) se pueden influenciar o dominar seres humanos, animales, también acontecimientos y objetos. Frecuentemente la magia se relaciona con el mal.
Los adivinos son personas convencidas de que ven el futuro y pueden predecir lo que pasará en él. Expresan sus adivinaciones valiéndose de señales misteriosas que interpretan debidamente. En tiempos del antiguo pacto, la adivinación era una práctica habitual en las cortes reales, pero en el pueblo de Israel estaba estrictamente prohibida.
La nigromancia es una forma especial de adivinación: se procura tomar contacto con los muertos para consultarlos por cosas futuras; cf. 1 Samuel 28:3 ss.

“Engrandeced a nuestro Dios”
Deuteronomio 32:3

“No tomarás el nombre de tu Dios en vano, porque no dará por inocente el Señor al que tomare su nombre en vano.”

El segundo mandamiento exhorta a considerar santo todo lo relacionado con Dios y su nombre.

Cuando Dios se dio a conocer a Moisés en la zarza ardiente, mencionó su nombre: “Yo soy el que soy”. Aquí el nombre no es sólo una característica distintiva, sino que también describe la naturaleza de su portador. De tal manera, Dios manifiesta que su naturaleza es inalterable y eterna. Cada individuo experimenta a Dios en forma diferente, sin embargo Dios no cambia.
La naturaleza y majestuosidad de Dios no pueden ser tocadas de modo alguno. Por respeto, los judíos no mencionan en absoluto el nombre “Yo soy el que soy” (hebreo: “Jahwe“). De esta manera tratan de sustraerse al peligro de tomar en vano, aun no ntencionadamente, el nombre de Dios.

“Y respondió Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros”
Éxodo 3:14

Las personas deben hablar de Dios con amor, respeto y siendo completamente conscientes de la responsabilidad que esto implica.
Al enseñar a orar, Jesús exhortó a dirigirse a Dios como el “Padre nuestro que estás en los cielos” (cf. Mateo 6:9).
Cuando Jesucristo expresó en la oración: “Y les he dado a conocer tu nombre” (Juan 17:26), puso de manifiesto la naturaleza de Dios, que es el amor (cf. 1 Juan 4:16).

Debemos considerar santo todo lo relacionado con Dios y su nombre. Esto es válido para nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestra conducta en la vida.
Como cristianos nos encontramos especialmente comprometidos con el nombre del Señor Jesucristo. Como hijos de Dios, llamados con el nombre del Padre y del Hijo, nos cabe una gran responsabilidad.

Una manera muy grave de tomar el nombre de Dios en vano, es la blasfemia, en la cual intencionadamente se burla o injuria a Dios. También el que maldice el nombre de Dios o invoca a Dios para mentir, toma en vano el nombre de Dios. Ya la mención irreflexiva de los nombres “Dios”, “Jesucristo” o “Espíritu Santo” en conversaciones poco serias o en chistes constituye una violación del segundo mandamiento.

En el curso de la historia, los hombres muchas veces tomaron en vano el nombre de Dios: para enriquecerse, para librar guerras (por ej. las Cruzadas), para discriminar a otras personas, para atormentar y para matar. Todo esto en el nombre de Dios.

El segundo es el único mandamiento que incluye una amenaza de castigo en el caso de que este sea transgredido. La Biblia no dice nada sobre cuál será el castigo. Ante todo el amor a Dios y el respeto deberían ser para nosotros los móviles para dar cumplimiento a este mandamiento, y de ninguna manera lo debe ser el castigo que pudiese temerse.

En el Sermón del Monte, Jesús prohibió el jurar. Esto debe entenderse orientado a cuando uno jura irreflexivamente en la vida cotidiana, pero no por ejemplo a prestar juramento ante un tribunal.
Quien invoca a Dios como testigo con una fórmula de juramento de rigor (“¡Así Dios me salve!”) para expresar su compromiso a la verdad frente a Dios, profesa con ello públicamente su fe en el omnipotente, omnisapiente Dios.

“Acuérdate del día de reposo para santificarlo.”

Con el tercer mandamiento se exhorta a separar un día de la semana de los demás para adorar a Dios y ocuparse de su palabra. Para los cristianos es el domingo, el día en el que Jesucristo resucitó.

Dios descansó en el séptimo día de la creación y lo santificó. El día de descanso es un día festivo para agradecer a Dios por su obrar en la creación y venerarlo.
Ya antes de dar la ley en el Sinaí, Dios designó a un día de reposo que debía ser santificado. Durante la marcha del pueblo de Israel por el desierto, Moisés proclamó: “Esto es lo que ha dicho Jehová: Mañana es el santo día de reposo, el reposo consagrado a Jehová” (Éxodo 16:23).
En el día de reposo, el pueblo de Israel debía descansar del trabajo y dedicarse a Dios con toda calma. El día de reposo servía para alabar al Creador y conmemorar la liberación de Israel del cautiverio en Egipto. A aquel que honraba el día de reposo, buscando la voluntad de Dios y no hablando sus “propias palabras” le era prometida la bendición de Dios (cf. Isaías 58:13-14).

Para los israelitas, santificar el día de reposo –o sabbat, el séptimo día del calendario judío– formaba parte de la ley. En un día de reposo, Jesús fue a la sinagoga y sanó enfermos, lo cual según el entendimiento de los israelitas era un trabajo y por ende una transgresión del mandamiento. De esa manera Jesús, Señor del día de reposo, evidenció que hacer bien a un hombre estaba por encima del cumplimiento puramente formal del tercer mandamiento.

Las “sinagogas” son los edificios donde se reúnen para los Servicios Divinos las comunidades judías desde el tiempo del cautiverio babilónico. Eran Servicios Divinos de palabras que consistían en oración, lectura de la Sagrada Escritura y su interpretación.

“El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo”
Marcos 2:27

Los cristianos santifican el domingo como “día festivo”, porque Jesucristo resucitó de los muertos un domingo. De ahí que para los cristianos la santificación del domingo es también una confesión a la resurrección de Jesucristo.
Una mención a la importancia del domingo como día festivo se encuentra en Hechos 20:7: “El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba…”. Tanto aquí como en 1 Corintios 16:2 se destaca el primer día de la semana, el domingo.

El domingo debe ser un día de tranquilidad y de fiesta del alma. Santificamos el domingo ante todo adorando a Dios en el Servicio Divino, tomando su palabra con fe, aceptando con arrepentimiento el perdón de los pecados y gustando dignamente cuerpo y sangre de Cristo en el Sacramento de la Santa Cena. Santificar el domingo también significa profundizar en los efectos del Servicio Divino y preservarlos.
Quienes no puedan concurrir al Servicio Divino, santifican el domingo buscando estar vinculados en la oración con Dios y la comunidad. Esto vale por ejemplo para quienes deben trabajar ese día, los enfermos, discapacitados y ancianos.
El mandamiento de santificar el día festivo, invita a los creyentes a examinar hasta qué punto sus actividades son acordes con el sentir del día consagrado al Señor.

“Honra a tu padre y a tu madre para que te vaya bien y se alarguen tus días en la tierra.”

El cuarto mandamiento está dirigido a las personas de toda edad y pide prodigar al padre y la madre el debido respeto y valoración. Es el único mandamiento que promete una recompensa.

El cuarto mandamiento se relaciona, al igual que la ley mosaica en general, con la peregrinación de los israelitas por el desierto. Ellos debían apoyar a los integrantes mayores de la parentela ayudándoles en la difícil marcha y de esa manera, los honraban. La promesa de “que te vaya bien” estaba referida al bienestar en la vida material. El  mandamiento también se entendía en Israel como una directiva para los adultos a fin de que mantuviesen a sus padres ancianos y los atendiesen en caso de estar enfermos.

Ley mosaica: ver preguntas 272. ss.

Se informa sobre Jesús que cuando tenía doce años se sujetaba en obediencia a su madre María y su esposo José: “Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos” (Lucas 2:51). La dedicación de Jesús a su madre queda en evidencia cuando aun en su hora de muerte confió a su madre al cuidado del Apóstol Juan (cf. Juan 19:27).
En las epístolas del Apóstol Pablo, los niños son exhortados expresamente a ser obedientes a sus padres.

Los hijos, independientemente de su edad, tienen el deber de honrar a sus padres. Poner en práctica el mandamiento en lo concreto puede tener diferentes formas, dependiendo de la edad, el entorno social y las normas y costumbres de la sociedad.
Todo deber de obediencia del hijo tiene como limitación la norma del Apóstol Pedro: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

El concepto “entorno social” de una persona hace referencia a sus condiciones de vida, de las cuales forman parte su descendencia, familia y parentela, sus ingresos y su patrimonio, su formación, pertenencia a una religión y demás circunstancias de su vida.

Cuando los hijos honran a sus padres con amor y agradecimiento, los valoran, les son obedientes y se ocupan de ellos, posará sobre ello la bendición de Dios. En el tiempo del Antiguo Testamento, los hombres creían que tener una “larga vida” era expresión de bendición de Dios. En el Nuevo Testamento, la bendición de Dios se manifiesta ante todo en bienes espirituales.

Bendición espiritual: ver pregunta 268.

Los bienes espirituales provienen de Dios y “enriquecen” al creyente. Entre los bienes espirituales están, entre otros, el amor, la paciencia, el gozo del Espíritu Santo, el reconocimiento de la verdad del Evangelio, la filiación divina, el perdón de los pecados, los Sacramentos, la esperanza en el cumplimiento de las promesas del Señor y en participar de ellas.

Sí, los padres tienen una gran responsabilidad en su modo de vivir y en su encargo de educar a sus hijos, y por medio de una conducta agradable a Dios deben contribuir a que a los hijos no les resulte difícil estimar a sus padres. Si los padres no cumplen estas obligaciones, no pueden esperar que sus hijos les obedezcan. En absoluto se puede fundamentar en el cuarto mandamiento la obligación de los hijos de ser obedientes a sus padres, si los padres o los hijos en este contexto violasen los mandamientos divinos.

“No matarás.”

La vida es dada por Dios. Únicamente Él es Señor sobre la vida y la muerte. Nadie tiene derecho a poner término a una vida humana.

La traducción literal de este mandamiento del texto original hebreo expresa: “No asesinarás”. Consiguientemente el quinto mandamiento prohibía matar a personas en forma arbitraria. No se refería expresamente a prestar servicios en guerras ni a la pena de muerte.

Jesús no limitó el cumplimiento del mandamiento a su observación al pie de la letra. Lo principal era para Él la actitud interior de la persona.
Por eso dijo: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio” (Mateo 5:21-22). 1 Juan 3:15 menciona adicionalmente: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida”.

El principio y el final de la vida humana están sólo en las manos de Dios. Únicamente Él es Señor sobre la vida y la muerte.
Aunque hoy haya mucha violencia sobre la tierra y muchas personas valoren muy poco la vida de los demás, este mandamiento no ha cambiado. Además de la prohibición de no terminar con una vida humana, comprende el encargo de respetar, proteger y preservar toda vida humana.
Toda transgresión al quinto mandamiento es pecado. La culpa que surge del mismo frente a Dios, puede ser diferente (ver pregunta 230).

Sí. Hay que respetar y proteger toda vida aún antes de nacer, ya que se debe partir del hecho de que desde el momento de la concepción es una vida humana dada por Dios.

Sí, pues se termina con una vida dada por Dios.

Sí, matar en legítima defensa también constituye una violación al quinto mandamiento.

Matar en una guerra constituye una violación al quinto mandamiento. Este mandamiento implica para el individuo la responsabilidad de evitar, de ser posible, el tener que matar. En algunos casos puede ocurrir que tal forma de proceder casi no genere culpa frente a Dios.

Culpa frente a Dios: ver pregunta 230.

Quien practique eutanasia activa –lo cual significa que realice actos que lleven a la muerte de un moribundo– está transgrediendo el quinto mandamiento.
La eutanasia pasiva –es decir, el dejar de utilizar recursos que prolonguen la vida– bajo estrictas condiciones no es considerada una transgresión del quinto mandamiento. La decisión sobre medidas para prolongar la vida compromete en primer lugar al mismo paciente. En caso de ausencia de voluntad de su parte, esta decisión debe ser tomada llegando a un acuerdo entre médicos y familiares atendiendo siempre los intereses del moribundo.

El hombre no tiene derecho de terminar con una vida humana. Por lo tanto, ejecutar una pena de muerte perjudica el orden divino. La Iglesia Nueva Apostólica considera que la pena de muerte no es un medio apropiado de intimidación y, con ello, de protección de la sociedad.

No, matar animales no está encuadrado dentro del quinto mandamiento. Dios permite expresamente que los animales sirvan para la alimentación de las personas (cf. Génesis 9:3). No obstante, también se debe respetar la vida de los animales; esto se basa en que la humanidad comparte la responsabilidad por la preservación de la creación.

“No cometerás adulterio.”

El matrimonio es la unión para toda la vida entre un hombre y una mujer, así como es deseada por Dios. Está basado en un acto de libre voluntad de ambas partes, expresado en un voto público de fidelidad.
Comete adulterio aquel que como casado tiene relaciones sexuales con alguien que no es su cónyuge. También comete adulterio quien como soltero tiene relaciones sexuales con una persona casada.

Ya en el tiempo del Antiguo Testamento se entendía el matrimonio como un pacto protegido por Dios y bendecido mediante la oración. El adulterio se castigaba en ese tiempo con la muerte.

“Pues hijos de santos somos y no nos conviene comenzar con tal estado, como los impíos, que desprecian a Dios. Y se levantaron y oraron ambos con fervor, que Dios los guardara”
Tobías 8:5-6

Jesucristo se declara inequívocamente a favor de la monogamia como la forma de convivencia matrimonial de un hombre y una mujer, apropiada para los creyentes cristianos así como es deseada por Dios.
Jesús también interpretó el sexto mandamiento más allá de su sentido original. En el Sermón del Monte dijo: “Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:28). Esto significa que a pesar de llevarse una conducta exteriormente intachable se puede cometer “adulterio en el corazón”, es decir en pensamientos.

La “monogamia” alude a que un hombre esté casado sólo con una mujer y una mujer sólo con un hombre. El Antiguo Testamento informa muchas veces sobre la “poligamia” en el sentido de que un hombre estaba casado con varias mujeres.

En el Nuevo Testamento, el divorcio es considerado como una transgresión del sexto mandamiento: “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Marcos 10:9). La única excepción en la cual está permitido el divorcio, es el adulterio del cónyuge (cf. Mateo 19:9).
Los enunciados del Nuevo Testamento sobre el divorcio servían ante todo para mejorar la situación de la mujer, quien en la antigüedad sólo tenía derechos muy limitados. La mujer debía ser protegida de poder ser dejada en la nada arbitrariamente por su esposo.

El matrimonio apunta a ser indisoluble (cf. Mateo 19:6; Marcos 10:9). En esos términos, el matrimonio se debe proteger y promover.
También resulta de este mandamiento que los cónyuges deben serse fieles. Una de las obligaciones de este mandamiento consiste en que los cónyuges deben esforzarse seriamente en transitar juntos el camino de la vida con temor de Dios y amor mutuo.

Los divorciados y los que viven separados mantienen su lugar en la comunidad y son atendidos sin reserva alguna por parte de sus asistentes espirituales. Los divorciados y los separados no quedan excluídos de la recepción de los Sacramentos.
A aquellos divorciados que quieren volver a casarse y piden la bendición matrimonial, esta se les dispensa. De esa manera se les brinda la oportunidad para empezar de nuevo.
Siempre se debe tener presente que Jesús no trató al hombre de acuerdo a castigos estrictos, sino con amor y gracia (cf. Juan 8:2-11).

“No hurtarás.”

Está prohibido tomar aquello que le pertenece a otro. Uno no debe apropiarse ilegalmente de cosas que pertenecen al prójimo ni dañar la propiedad de otros.

Originalmente, el mandamiento de no hurtar debía, ante todo, desterrar el secuestro de personas. El propósito era proteger al hombre libre contra la acción de ser tomado cautivo, vendido o mantenido en esclavitud. En Israel, los delitos contra la propiedad podían ser reparados mediante una compensación material, en oposición al secuestro de personas que era castigado con la muerte: “Asimismo el que robare una persona y la vendiere, o si fuere hallada en sus manos, morirá” (Éxodo 21:16).
Además, también se castigaba el hurtar la propiedad a otra persona; la ley mosaica requería reponer lo robado. “Cuando alguno hurtare buey u oveja, y lo degollare o vendiere, por aquel buey pagará cinco bueyes, y por aquella oveja cuatro ovejas” (Éxodo 22:1).

Jesús calificó al hurto como pecado. El hurto tiene su origen en la actitud del hombre. “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre” (Mateo 15:19-20).

Existe hurto en el verdadero sentido cuando se sustrae la propiedad material o espiritual de otros. Pero también el fraude, la usura, la explotación de la desgracia ajena, la malversación, el desfalco, la evasión de impuestos, la corrupción y malgastar el dinero confiado deben ser considerados transgresiones del séptimo mandamiento.
El séptimo mandamiento además exhorta a no robar al prójimo su honor, su reputación o su dignidad como ser humano.

Los usureros se aprovechan del otro pidiendo para su mercadería o servicio un precio sobrevalorado e inapropiado. Hay malversación cuando alguien se apropia del patrimonio de otro que le había sido confiado. El concepto “corrupción” significa, por un lado, utilizar prestaciones (ante todo dinero) de otros para alcanzar algo que a uno no le corresponde (soborno). Por otro lado, también se encuadra dentro de la corrupción cuando alguien se deja sobornar.

“No hablarás falso testimonio contra tu prójimo.”

“Falso testimonio” es una declaración que no se corresponde con la verdad, referida a otra persona. Todo “falso testimonio” equivale a una mentira. El núcleo del mandamiento es la pretensión de que se hable y se obre siempre de acuerdo con la verdad.

En principio, el octavo mandamiento se relacionaba con declarar una mentira ante la justicia. Tanto una acusación falsa como también una declaración falsa de un testigo podían ser un “falso testimonio” en el sentido del mandamiento. Si se comprobaba ante la justicia que un testigo había pronunciado un testimonio falso, se le imponía el mismo castigo que le habría correspondido al acusado en caso de ser declarado culpable (cf. Deuteronomio 19:18-19).

Jesucristo a menudo hacía alusión al octavo mandamiento. Hacía ver que transgredir este mandamiento es una demostración de una actitud equivocada y que contamina al hombre (cf. Mateo 15:18-20).

Hoy el octavo mandamiento, más allá de su sentido original, puede ser interpretado como la prohibición de cualquier palabra o acto que no se corresponda con la verdad. Además constituyen transgresiones del octavo mandamiento las mentiras por necesidad, las medias verdades, los dichos para encubrir el verdadero estado de las cosas y las difamaciones. Asimismo la vanagloria y la exageración, la falsedad y la hipocresía, el propagar rumores, el hablar mal por detrás y las adulaciones, son manifestaciones de falta de veracidad.
Cada individuo ha sido convocado a esforzarse en ser sincero y veraz. También el conducirse en la sociedad y en el trabajo debe orientarse por el octavo mandamiento.

Los dichos sobre otra persona que son faltos de verdad y que le producen daño, que perjudican su honor o que la hieren, son llamados difamación o hablar mal por detrás.

Los cristianos han sido llamados para dar un “testimonio verdadero”, creyendo en el Evangelio, anunciándolo y conduciéndose como corresponde en la vida.

“No codiciarás la casa de tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, su criada, su buey, su asno o cosa alguna de tu prójimo.”

Los dos últimos de los Diez Mandamientos están muy ligados entre sí en términos de su contenido. De ahí que muchas veces se enumeren juntos como un mandamiento.
Ambos mandamientos existen en diferentes versiones. En Éxodo 20:17 se menciona primero la casa del prójimo, en cambio, en Deuteronomio 5:21, primero la mujer.

El enunciado: “No codiciarás” constituye el núcleo del noveno y del décimo mandamiento. El mismo no prohibe cada una de las formas de los deseos humanos, sino solamente la codicia pecaminosa por la mujer o los bienes del prójimo.
Si la codicia está dirigida hacia aquello que el otro ama y valora o bien le pertenece, se convierte en codicia pecaminosa. Entonces tendrá un efecto destructor. La codicia puede desarrollarse hasta convertirse en avidez por poseer bienes y se origina por lo general en la envidia.

Desde los comienzos, Satanás busca atraer al hombre hacia el pecado despertando en él avidez y deseos por las cosas prohibidas.
En el Antiguo Testamento se describe un ejemplo de las consecuencias extremas a las que puede conducir la codicia por la mujer del prójimo, cuando el rey David a raíz de este deseo cometió engaño, adulterio y asesinato (cf. 2 Samuel 11).

Si el deseo pecaminoso no se domina, será llevado a la práctica. Sus consecuencias están descriptas en Santiago 1:15: “Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”.
Gálatas 5:19-25 muestra que la codicia pecaminosa conduce al obrar pecaminoso. Esto es llamado las “obras de la carne”. La Biblia opone a la codicia el concepto “templanza”. La templanza se evidencia en el dominio de uno mismo y en el renunciamiento.

“Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”
Gálatas 5:19 ss.

El noveno y el décimo mandamiento le asignan al hombre la tarea de velar por la pureza del corazón. Debe rechazar toda tentación para cometer un acto pecaminoso.

“Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir”
1 Pedro 1:14-15