El Catecismo en preguntas y respuestas

04. El hombre necesitado de redención

Desde la caída en el pecado, todo hombre es pecador: el maligno lo llevó a pecar. Ningún ser humano puede vivir sin pecado, todos están asediados por el pecado. Dios quiere liberar a la humanidad de ese estado, la quiere redimir.

Caída en el pecado y sus consecuencias: ver preguntas 88. ss.

“Redención” en este sentido hacía referencia en el significado original del término a desatar sogas y ataduras. Redención en relación con el sacrificio de Jesús significa que el hombre asediado por el pecado es liberado de las ataduras del maligno.

De dónde viene el mal, no se puede concebir ni explicar con el entendimiento.

El mal es un poder destructor y antidivino.

El mal se muestra en diferentes formas, por ejemplo en destrucción, mentira, envidia, avaricia. Finalmente, conduce a la muerte.

Sí, el mal también se manifiesta como persona y se lo llama, entre otras formas, “diablo” o “Satanás” (cf. Mateo 4:1; Marcos 1:13). Como enemigo de Cristo también se lo denomina “anticristo”.

Dios dio al hombre la posibilidad de decidirse por serle obediente o desobediente. El mal apareció cuando el hombre se apartó de Dios y se decidió por la desobediencia a Dios. Así, el mal no ha sido creado por Dios, pero sí fue permitido por Él al no impedir que el hombre decidiese.

No, el mal no existirá siempre. La potestad del maligno ya fue quebrada por Jesucristo. En 1 Juan 3:8 dice al respecto: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”.
Después del reino de paz, el maligno tendrá una última oportunidad para oponerse a Dios. Luego será totalmente ineficaz. En la nueva creación no habrá lugar para el mal.

Reino de paz: ver preguntas 575. ss.

Dios le había ordenado a Adán y Eva no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal que estaba en medio del huerto de Edén. Dios también llamó la atención sobre las consecuencias que acarrearía la transgresión de ese mandamiento: “El día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). El diablo influenció en el hombre y despertó en él dudas en la palabra de Dios: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4-5). Adán y Eva cedieron a la tentación de pecar. Se levantaron en contra de Dios, transgredieron su mandamiento y comieron del fruto del árbol. Esta desobediencia a Dios es llamada la caída en el pecado.

La caída en el pecado trajo aparejados cambios en la vida de los hombres, cambios que ellos no pudieron volver atrás.
El hombre sintió miedo ante Dios y se escondió de Él. Esto también trajo perjuicios en la relación de los hombres entre sí, así como en la relación de los hombres con la creación.
A partir de ese momento el hombre conserva la vida penosamente y esta es limitada: “Polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19).
Otra consecuencia de la caída en el pecado fue la separación del hombre de Dios: Dios echó al hombre fuera del huerto de Edén (cf. Génesis 3:23-24).

“Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”
Génesis 3:23-24

El amor de Dios es prodigado al hombre también después de haber caído este en el pecado. A pesar de su desobediencia, Dios ama a los suyos: en su desvelo Dios vistió a Adán y Eva con túnicas de pieles (cf. Génesis 3:21).
El amor de Dios al hombre caído en el pecado se manifiesta en forma consumada en el envío de Jesucristo, quien triunfa sobre el pecado. “Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:18-19).

Después de la caída en el pecado, los pecados de la humanidad tuvieron un crecimiento vertiginoso: Caín, contrariando la exhortación de Dios, mató a su hermano Abel (cf. Génesis 4:6-8).
Más y más fueron aumentando con el paso del tiempo los pecados de los hombres. Dios decidió un juicio e hizo venir el diluvio. Sólo Noé halló gracia ante Dios. Respondiendo al mandato de Dios, Noé construyó el arca en la cual halló salvación junto a su familia (cf. Génesis 6:5-7, 17-18).
Incluso después de este juicio divino, la humanidad siguió en desobediencia frente a Dios. A modo de ejemplo, la Biblia informa sobre la construcción de la torre de Babel. Dios hizo fracasar a quienes construyeron la torre por su soberbia y afán de notoriedad: hizo que ya no se entendiesen entre ellos (cf. Génesis 11:1-8).

“Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató”
Génesis 4:8

Sí, desde la caída en el pecado todos los hombres están sujetos al poder del pecado. El pecado conduce a la separación de Dios, es decir a la muerte espiritual: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). En el hombre sigue existiendo la inclinación al pecado (concupiscencia); por sus propias fuerzas no puede regresar a la condición de no tener pecados.

Muerte espiritual: ver preguntas 89. ss.

Inclinación al pecado (concupiscencia): Por la caída en el pecado surgió en el hombre una inclinación al pecado. Se la llama “concupiscencia”. Tienen su origen en ella los pensamientos y actos pecaminosos. Aunque los pecados son perdonados, la inclinación al pecado sigue estando.

Sí, la caída del hombre en el pecado repercute en consecuencias de gran alcance para la creación: La tierra es maldita: “Por cuanto … comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo” (Génesis 3:17-18). La creación que originalmente era perfecta, desde entonces sufrió un deterioro. También la creación necesita ser liberada de la maldición que pesa sobre ella.

“Porque la creación fue sujetada a vanidad … por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción … Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora”
Romanos 8:20-22

Pecado es todo lo que se opone a la voluntad de Dios y va en contra del ser de Dios, es decir todas las palabras, los actos y los pensamientos dirigidos en contra de la voluntad y del ser de Dios. También es un pecado cuando no se hace lo bueno intencionalmente (cf. Santiago 4:17). Con cada pecado el hombre carga sobre sí culpa frente a Dios.

El pecado es absoluto, o sea que no puede ser relativizado. Separa de Dios.
Por el contrario, podemos suponer que Dios, en su justicia y misericordia, evalúa de manera diferente la culpa que se carga ante Él por cometer un pecado.

Explicación sobre la gravedad de la culpa: Hay diferencias en la evaluación de la culpa, por ejemplo cuando alguien roba algo por hambre o para satisfacer una necesidad de lujo. En ambos casos existe en la misma medida un pecado: la violación del séptimo mandamiento. Sin embargo, la culpa que el hombre carga sobre sí por haberlo cometido, será diferente. En su omnisciencia, Dios siempre juzga equitativamente hasta qué punto el hombre se ha cargado con culpa por el pecado. Ciertas influencias y situaciones a las que el hombre está expuesto, como por ejemplo estructuras sociales, situaciones de emergencia, predisposiciones patológicas, pueden cumplir un rol.

Para volver a estar cerca de Dios, el pecado debe ser perdonado.

Perdón de los pecados: ver pregunta 652.

Dios determina lo que es pecado. El hombre de ninguna manera puede decidir por sí mismo qué es pecado.

Tomamos conocimiento de qué es pecado, es decir qué se opone a la voluntad de Dios, por medio de la Sagrada Escritura:

  • violar los Diez Mandamientos (cf. Éxodo 20:20),
  • romper los votos dados a Dios (cf. Deuteronomio 23:22),
  • negar la fe en Cristo (cf. Juan 16:9),
  • la avaricia, la envidia y otros similares.

Esto es explicado a través del Espíritu Santo en la prédica.

Dios ha concedido al hombre conciencia, razón y fe. Cuando el hombre aprovecha estas dádivas, responde correctamente a la dedicación de Dios hacia él.

La conciencia, la razón y la fe deben estar orientadas a Jesucristo.

La conciencia puede ayudar a tomar decisiones que respondan a la voluntad de Dios. En la conciencia se evalúa qué es bueno y qué es malo. Además, cuando la conciencia está determinada por la razón y la fe, permite al hombre reconocer si por su conducta se ha cargado con culpa frente a Dios y frente a su prójimo.

La razón puede guiar al hombre a una conducta agradable para Dios. La razón se evidencia en que el hombre puede responsabilizarse de su obrar ante Dios y ante el prójimo. La razón también se necesita para poder entender el Evangelio y confesar la fe.

Sí. No es posible para la razón humana en su finitud, concebir a Dios en su infinitud. La naturaleza y el obrar de Dios sobrepasan todo entendimiento humano (cf. Filipenses 4:7). Consiguientemente, la razón no puede ser el parámetro de todas las cosas.

“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”
Filipenses 4:7

La fe comprende confianza, obediencia y fidelidad hacia Dios. El hombre así obtiene la certeza de la misericordia y la ayuda divinas. En Hebreos 11:1 dice al respecto: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.

Al comienzo de la fe siempre está Dios, quien se revela a través de palabras y obras. La fe es una dádiva de Dios. La verdadera fe se basa en la gracia de Dios de la elección.
La fe, al mismo tiempo, es una tarea para el hombre. Si y en qué grado el hombre llega a tener fe, depende también de su propia participación: el hombre debe querer tener fe. Por eso es necesario orar pidiendo por fe.

“Creo; ayuda mi incredulidad”
Marcos 9:24

El hombre es exhortado a aceptar la palabra de Dios, confiar en ella y obrar acorde a ella. Jesucristo pidió: “Creéis en Dios, creed también en mí” (Juan 14:1). Él promete que “todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16) y determina con todas sus consecuencias, cuál es el efecto de no tener fe: “Porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24).

“Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”
Romanos 10:17

La fe en Jesucristo es la condición previa para la salvación, para:

  • que Dios se reconcilie con el pecador,
  • que el hombre pueda llegar a ser un hijo de Dios (cf. Juan 1:12),
  • que el hombre pueda llegar a la eterna comunión con Dios.

“Sin fe es imposible agradar a Dios”
Hebreos 11:6

En la Sagrada Escritura el concepto “salvación“ se utiliza en el sentido de “socorro”, “protección” y “redención”. Se entiende por “historia de la salvación” el accionar de Dios para brindar salvación al hombre.

Los hechos que van desde la caída en el pecado hasta la nueva creación se denominan “plan de salvación” de Dios. Aunque como seres humanos no conocemos en su plenitud el plan de salvación de Dios, podemos reconocer a partir del desarrollo de la historia de la salvación cuál es el propósito de Dios, cómo quiere ayudar a los hombres.

Dios configura de diferente manera de qué clase será la salvación y en qué medida esta será transmitida en los distintos períodos de la historia de la salvación. Por sobre todo está la voluntad de Dios de liberar a todos los hombres en todos los tiempos.

La esperanza de salvación se orientaba en primer término a ser liberados de las necesidades terrenas y de la cautividad. En el curso del tiempo, la esperanza de salvación de Israel se orientó cada vez más al Mesías esperado.

Jesucristo es el autor de eterna salvación: “Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:9). Él es el único Mediador entre Dios y los hombres (cf. 1 Timoteo 2:5). Hechos 4:12 testifica: “Y en ningún otro [que en Jesucristo] hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Jesucristo es el Salvador, el Redentor enviado por Dios, que venció al pecado. En Él el hombre encuentra salvación del daño que produce el pecado: el sacrificio ofrecido por Jesús en la cruz posibilita la liberación del pecado y la anulación de la separación de Dios.

“Mediador”: Jesucristo es, por un lado, “Mediador” en el sentido de que media entre Dios y los hombres. Esto significa que representa al hombre ante Dios y a Dios ante el hombre. Es abogado del hombre ante Dios y da a conocer la voluntad de Dios al hombre. Por otro lado, como “Mediador” es el camino de la salvación, haciendo volver a la comunión con Dios.

“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos”
1 Timoteo 2:5-6

La salvación es ofrecida por Jesucristo a todos los hombres, tanto a los que viven como a los muertos.

Hoy vivimos en el período del plan divino de salvación en el que está siendo reunida la comunidad nupcial y se la está preparando para el retorno de Cristo. Con ese fin, los Apóstoles transmiten salvación anunciando la palabra de Dios y dispensando los Sacramentos.

Comunidad nupcial: ver preguntas 455.; 557. y 562. ss.

Nadie puede alcanzar la salvación por sí mismo. El hombre alcanza la salvación creyendo en Jesucristo y dejando que suceda en él lo que Jesucristo ofreció para la salvación de los hombres: los Sacramentos y la palabra de Dios.

Sacramentos: ver preguntas 472. ss.

Ya en el retorno de Cristo la comunidad nupcial, a través de las bodas en el cielo, llegará a la eterna comunión con Dios.

El plan divino de salvación, como se halla consignado en la Sagrada Escritura, se habrá cumplido con la nueva creación.

La elección siempre está fundamentada en la voluntad de Dios. Nadie puede influir en la decisión de Dios.

Dios llama a individuos o grupos de la humanidad porque persigue con ellos un fin que Él ha determinado, exigiéndoles una responsabilidad.

Sí, ya en la creación vemos una referencia a la elección divina: Dios eligió al hombre de entre todas sus criaturas y le dio el encargo de sojuzgar la tierra.
Se pueden encontrar en el Antiguo Testamento muchos más ejemplos de elección:

  • Noé fue elegido para construir el arca.
  • Abraham, Isaac y Jacob fueron elegidos para que a través de ellos fuesen benditas todas las familias de la tierra.
  • Moisés fue elegido para sacar al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto y Josué fue elegido para llevarlo a la tierra prometida.
  • También el pueblo de Israel fue elegido: “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto” (cf. Deuteronomio 7:6-8).

Jesús eligió a los Apóstoles de entre sus discípulos y los envió a todas las naciones con el encargo de enseñar y bautizar. Así la elección como pueblo de Dios ya no está limitada a Israel, sino que incluye a todos los que creen en Jesucristo, los judíos y los gentiles. De manera tal, el pueblo del nuevo pacto es elegido por Dios (cf. 1 Pedro 2:9).
Pedro fue elegido para un servicio especial en la Iglesia, el servicio de Pedro.

Servicio de Pedro: ver explicación de la pregunta 457.

Desde el tiempo del Antiguo Testamento se llamó “gentiles” a todos los pueblos no israelitas, o sea aquellos que no servían al Dios de Abraham, sino a otros dioses. Asimismo en el tiempo del Nuevo Testamento, los no judíos fueron llamados gentiles, estuviesen bautizados o no.

No, nadie tiene derecho a ser elegido por Dios, pues la elección se basa en la libre decisión de Dios. La elección no puede ser comprendida con reflexiones humanas.

Desde la perspectiva del Evangelio, la elección es una dádiva del amor de Dios. El hombre tiene la libertad de decisión para aceptarla o rechazarla.
La elección de Dios no significa que estén predeterminadas las acciones del hombre.

Dios elige a los seres humanos para su propia salvación, pero también para la salvación de otros. Cuando Dios elige a alguien, esto va ligado a una tarea y una responsabilidad. Aceptar la elección con fe significa seguir a Jesucristo, el autor de la salvación, en forma coherente, es decir orientar la vida al Evangelio. Esto repercute en bendición divina.
La elección también tiene efectos para el futuro: cuando Jesucristo establezca su reino de paz, el sacerdocio real anunciará las buenas nuevas de la salvación en Cristo a todos los hombres. Han sido elegidos para este propósito los que tuvieren parte en la Primera Resurrección.

Salvación: ver preguntas 243. ss. Sacerdocio real: ver pregunta 577. Primera Resurrección: ver preguntas 574. y 575.

Bendición es una dedicación de Dios que nadie se puede ganar. El ser bendecido significa recibir cosas buenas por parte de Dios. La bendición implica poder divino y es la promesa de Dios de que Él concederá asistencia y acompañamiento. La antítesis de bendición es maldición.

Dios transmite su bendición muchas veces utilizando a los hombres enviados por Él. Nadie puede bendecirse a sí mismo.
La bendición se desarrolla cuando hay fe. El hecho de que tenga efectos duraderos depende también de la actitud y la trayectoria del que es bendecido.
La bendición es una dádiva de Dios que se puede renovar continuamente. La bendición puede extenderse más allá del receptor directo de la misma a futuras generaciones.

Dios bendijo a sus criaturas y a la vida creada le dio la ley de la multiplicación. Confió la creación al hombre y le concedió una bendición especial para esa tarea.
Si bien esta bendición de Dios está limitada en sus efectos por la maldición del pecado, no ha sido anulada por completo. Dios la renovó después del diluvio. Lo que comprende esta bendición, se ve con claridad en la promesa de Dios: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (Génesis 8:22).
El Nuevo Testamento da testimonio de la bendición implícita en la creación: “Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios” (Hebreos 6:7). Esta bendición redunda en beneficio de todos los seres humanos.

“Que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”
parte de Mateo 5:45

La promesa de bendición es parte del pacto que Dios concertó con Israel. En el antiguo pacto, la bendición de Dios se mostraba ante todo en bienestar material. Formaban parte de ello por ejemplo la victoria en las batallas contra los enemigos, una larga vida, riquezas, un gran número de descendientes, fertilidad de la tierra.
Abraham fue bendecido por Dios: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:2-3). Esta bendición se extendió mucho más allá de una promesa de bienestar personal; le permitió a Abraham convertirse en bendición también para otros.

Antiguo pacto: ver explicación de la pregunta 175.

Para los israelitas, la bendición de Dios dependía de que sirvieran sólo a Dios y guardaran sus mandamientos o no. Si el pueblo actuaba en desobediencia a Dios, esto traería aparejada maldición. La decisión quedaba en manos del pueblo: “He aquí yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición: la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, y la maldición, si no oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y os apartareis del camino que yo os ordeno hoy, para ir en pos de dioses ajenos que no habéis conocido” (Deuteronomio 11: 26-28).

En el nuevo pacto, la bendición divina procede de Jesucristo.

Nuevo pacto: ver explicación de la pregunta 175.

Jesús bendijo a través de su palabra, de sus milagros, de su conducta. Imponía las manos en los niños para bendecirlos, perdonaba a los pecadores. La bendición más grande la constituye la entrega de su vida sin pecado en la cruz como sacrificio para la reconciliación de toda la humanidad.

Muerte de Jesús en sacrificio: ver preguntas 90.; 99. y 177. ss.

La bendición de Dios, que se hace accesible a través de Jesucristo, tiene su punto esencial en lo espiritual. Al respecto dice en Efesios 1:3: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”.

Esta bendición comprende:

  • la elección antes de la fundación del mundo (cf. Efesios 1:4),
  • la redención y el perdón de los pecados (cf. Efesios 1:7),
  • dar a conocer la voluntad de Dios (cf. Efesios 1:9),
  • la predestinación a la herencia de la gloria futura (cf. Efesios 1:11),
  • el reconocimiento de la verdad divina en el Evangelio (cf. Efesios 1:13),
  • el Sellamiento con el don del Espíritu Santo (cf. Efesios 1:13).

En el Servicio Divino se hacen accesibles al creyente muchas bendiciones divinas.
También la ofrenda trae bendición. Esta es una experiencia fundamental del cristiano.
El hombre ha sido convocado para rogar por la bendición de Dios y llevar una vida digna de dicha bendición.
El creyente demuestra su gratitud por la bendición de Dios llevando una vida bajo la impronta del temor de Dios y la obediencia en la fe.

Ofrenda y bendición: ver pregunta 738.

La plenitud de bendición implica la participación eterna en la gloria de Dios.

Sí, Dios dio al pueblo de Israel una ley a través de Moisés. Está contenida en los cinco libros de Moisés y se llama “ley mosaica”. Sus principales contenidos están resumidos en los Diez Mandamientos. Los mandamientos de amar a Dios y al prójimo también forman parte de la ley mosaica.

La ley mosaica instruye para llevar una conducta agradable a Dios. Es una ayuda llena de bondad que Dios brinda para la vida, muestra el camino hacia lo bueno y ayuda a evitar lo malo.

“Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” Miqueas 6.:8.

En el tiempo del Antiguo Testamento, la ley mosaica regía en el pueblo de Israel como el orden supremo y obligatorio. Era entendida como el camino a la salvación. Se suponía que cumpliendo la ley el hombre sería agradable ante Dios y sería aceptado por Él.

Desde la perspectiva del Evangelio, la ley mosaica no es el camino a la salvación, pero sí muestra el camino que conduce a la salvación: Jesucristo.
Nadie puede cumplir toda la ley. Por eso es imposible alcanzar la salvación únicamente a través de los propios esfuerzos. La persona debe adoptar la actitud de: “Yo soy pecador y necesito el perdón de los pecados”. No obstante, el perdón de los pecados presupone la fe en Jesucristo.

Salvación, alcanzar salvación: ver preguntas 243. y 248. ss.

El contenido del Evangelio es el obrar de Dios en Jesucristo para salvación de los hombres. El Evangelio comprende todo lo que Jesús enseñó y lo que concierne a su persona, desde su nacimiento hasta su muerte en la cruz, su resurrección y su retorno. En el Evangelio queda claro que Jesucristo es el único camino hacia la salvación.

El Evangelio también es llamado la “palabra de la cruz” (1 Corintios 1:18) y la “palabra de la reconciliación” (2 Corintios 5:19).

La ley y el Evangelio muestran ambos la voluntad de Dios para ayudar al pecador a alcanzar la salvación.
La ley señala ante todo mandamientos y prohibiciones para guiar al hombre hacia un obrar agradable a Dios. El único hombre que cumplió esta ley por completo y sin transgresión alguna, es Jesucristo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17).
Lo siempre vigente y necesario de la ley mosaica fue resumido por Jesucristo en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. […] Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37 y 39).
Después de su resurrección explicó a los discípulos que en Él se había cumplido todo lo que está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos (cf. Lucas 24:44).
De esto se puede sacar como conclusión que Cristo es el cumplimiento y al mismo tiempo el fin de la ley. A través de Cristo ha llegado a su fin la idea del antiguo pacto de que la ley es el camino a la salvación. Jesús trazó un nuevo camino, el camino de la gracia.

“Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”
Romanos 10:4

En primer lugar, el hombre debe reconocer que es pecador. Después debe tener fe en que por Jesucristo se ha hecho posible la reconciliación del pecador con Dios y que por la fe en Cristo el pecador puede alcanzar la justicia válida ante Dios: “Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” (Romanos 5:18).

Justicia delante de Dios / justificación: Ser justo ante Dios, es decir haber alcanzado la justificación, significa que el creyente es agradable delante de Dios. Dios adopta al pecador y le concede gracia y perdón.

Uno no puede ganarse la redención con buenas obras, sino que esta solamente se obtiene por la gracia de Cristo. Es necesario para ello tener fe en Cristo.
Las buenas obras son expresión de una fe viva. El hombre debe esforzarse a partir de su fe para tener una conducta santa, la cual también debe manifestarse en sus obras.

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres…”. La respuesta del hombre debe ser, que “vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”
Tito 2:11-14